Por aquella época, don Rubén estaba trabajando en Coatzacoalcos. Hacía viajes cortos por la región cuando se enteró de que Veracruz le había vendido gas a Cuba. Impulsada por la húmeda brisa del Golfo, la noticia corrió a la velocidad del viento una mañana de marzo, y en muchas zonas del estado ya estaban poniendo desplegados que invitaban a los operadores interesados a trabajar en la isla.

Luego de un sorteo, Rubén Reyes Yáñez fue seleccionado para cruzar el Caribe y operar pequeñas pipas en la tierra de Fidel. Allá en Cuba, recuerda, las guaguas son más chicas, como tortons. El plan era trabajar un año, pero a los ocho meses ya estaba de regreso. Se acabó el trabajo. Se acabó la aventura.

Esta historia comenzó en 1950, ya que el papá de don Rubén también era operador y por eso él quiso dedicarse a esta actividad desde que tiene memoria. El diesel corre por sus venas. A los 14 años hizo su primer viaje:

–Mi papá acarreaba tequila y aguardiente desde la capital hasta la frontera norte. Antes no había tantos operadores como ahora, y un día no había quien hiciera un flete de urgencia hasta Laredo. Yo trabajaba en el taller y ya había manejado, pero en los viajes largos siempre había sido copiloto. Aquélla fue mi primera vez y me fue bastante bien. Desde entonces, he alternado el volante con la herramienta y prácticamente en aquellos años todo me lo enseñó mi papá. Fue mi mejor maestro.

Aprendió de todo: mecánica, eléctrica, “talacha”; arregló generadores, marchas de aire, marchas eléctricas. Años más tarde dejó el taller y se metió de lleno en la manejada. Pipas, cajas secas, refrigeradas; de todo y para varias empresas fue forjando el camino que lo llevó a comprarse su primer camión hace apenas dos sexenios.

Dice que ahora el diesel es más caro, que las refacciones están escasas y su precio por las nubes. De comprarse un vehículo nuevo, ni hablar. Don Rubén tiene dos vehículos, ambos Kenworth: uno es modelo 81 y el otro data del 65: “Viejitos, viejitos, pero nunca me dejan tirado en la carretera”.

Al ver un mercado tan competido y tan pulverizado, este operador considera haber llegado tarde a la época dorada del autotransporte. Cuando le tocó trabajar para alguien, había abundancia. Ahora que trabaja para él mismo, dice que nomás no sale. Hay que vivir al día y hallar la forma de sacarle más provecho al trabajo.

Su experiencia mecánica le ha dado la oportunidad de conocer, como nadie, a sus camiones. Él, personalmente, se encarga de darles mantenimiento y tenerlos siempre listos para cada viaje. “No les duele nada”, pues aunque son viejitos, han tenido modificaciones para seguir circulando sin problemas.

Ahora es él quien subió a sus hijos al camión para que conocieran cómo es este trabajo. Apenas vieron que se trataba de un oficio duro, complejo y muchas veces ingrato, se regresaron a la escuela. Uno es médico y el otro decidió dedicarse a las motos. No obstante, don Rubén se siente bendecido por haber elegido este camino y dice que lo volvería a hacer.

Sobre el contexto actual del autotransporte, considera que cada vez hay menos oportunidades para los transportistas como él, que no pueden competir con las grandes flotas, pues viven al día y tienen que hacer los fletes que nadie más quiere hacer. Su rentabilidad depende de su disponibilidad. Don Rubén siempre atiende el teléfono sin importar que sea domingo, día festivo o en plena madrugada.

Opina que las autoridades deberían exhortar a las empresas que los contratan a que paguen máximo cada mes, ya que están acostumbradas a pagar cada tres meses, siendo que los pequeños transportistas tienen que vivir con lo que hacen cada día: “Las grandes flotas pueden trabajar con un esquema así, nosotros no”.

Este hombre-camión de 64 años de edad aún está a la espera de su última aventura. Lo invitaron a trabajar en Canadá para el próximo año. Se trata de bajar troncos a un camión con un salario de 37 dólares la hora. Aún lo está pensando, porque mientras tenga sus camiones “al tiro”, seguirá buscando oportunidades en esta remota autopista del sur.