Aquella mañana, en la capital chiapaneca se sentía la brisa húmeda que venía de la selva. La frentes sudaban y los vasos chocaban. El agua fresca le devolvía un poco de vida al sediento operador que llegaba proveniente del puerto jarocho. Con la mano sujetando la gorra y haciéndose un poquito de aire miraba las maniobras de descarga.

Le había reventado una llanta justo antes de llegar y tuvo que forzar los últimos metros del camino. Apenas terminaba el primer vaso de agua cuando un camarada de la empresa le dijo que si ocupaba, le podía quitar una llanta al remolque que traía. ¿Seguro? Sí, nomás hazle la talacha y te regresas.

Así lo hizo. Ya venía de regreso a Veracruz con la ilusión de un trailero que lleva días en la 57 y daría lo que fuera por un plato de sopa en su casa. Llegó a Orizaba, dejó el tracto y salió volando a ver su familia. Se dio un baño, hizo unos trámites y descansó un par de horas.

El gerente de la empresa le llamó para que fuera a platicar con él un rato. Era urgente, le dijo. Fue rápido, pues el tono inquieto del teléfono le dio mala espina.

–Qué pasó, mi buen. ¿Para qué soy bueno?

–Pásale, pásale. Acompáñame.

Lo llevó allá por el área de Monitoreo donde aguardaban cuatro policías. Uno de los uniformados lo increpó sin miramientos.

–Ya no dijeron que te andas robando las llantas.

–¿Robando? ¿Yo? ¿Tienen pruebas? Yo no me he robado nada. Nunca.

Si ya te acusó Ricardo, “el Chapulín”, dice que tú te las estás robando.

–Tráiganmelo para ver si lo dice en mi cara. Yo no me he robado nada.

Le llamaron a Ricardo y en cuanto lo vio, Raúl Herrera lo encaró casi a los golpes por andarlo difamando. El Chapulín no sostuvo la presunta acusación que presumían los uniformados, así que tuvieron que preguntarle una vez más, pero antes de que llegara su respuesta, el inculpado negó todo una vez más y aseveró que fue Ricardo quien le había dado una llanta, ayer, en Chiapas.

–Yo no se la di propiamente, dijo. Le dije que la tomara, y él la tomó.

–Ahí está, ya ven, yo no me ando robando nada.

El más ansioso de los uniformados se envalentonó e intentó amedrentar a Raúl. Le dijo que mejor aceptara que se había robado la llanta y seguro no le iba a ir tan mal. Apenas se acercó para encararlo y Herrera lo recibió con un cabezazo. Tabique fracturado y el labio abierto. Fue una herida muy aparatosa.

Un segundo oficial intentó interponerse entre ambos cuando le tocó un volado de derecha que alcanzó a rosarle la sien. Justo en ese momento los otros dos se volcaron para inmovilizarlo, taparle la cara y amarrarlo a una silla. El gerente que lo había llamado y el aparente delator dejaron la escena. Una hora entera los cuatro policías se repartieron al agresor cual costal de box. Conocedores de esta práctica, conectaban golpes tan precisos que no dejaban huella. Sin moretones, sin sangre, de esos que el cuerpo se come solito y los guarda por semanas.

Le advirtieron que no lo soltarían hasta que se tranquilizara. Aceptó. Ya no podía hacer mucho. Lo único que quería era salir de ahí, tragarse el coraje, curarse los golpes. Apareció otro gerente, que lo conocía de años, y le dijo que lo que había hecho era muy grave. Ya no era el robo sino los golpes a los policías.

–No, Víctor. Es al revés, lo que ustedes hicieron es más grave. Ve nada más qué golpiza me acaban de dar y lo hicieron dentro de las instalaciones de la empresa. Esto, naturalmente, no se va a quedar así, ya no pueden venir cuatro uniformados a hacerme esto dentro de las instalaciones de mi trabajo. Y lo peor, que ustedes les hayan abierto las puertas.

Fue a su camión para sacar sus cosas e irse a su casa. El vigilante de la entrada no lo dejaba salir, de tal manera que Raúl le dijo que la demanda también sería por secuestro. Víctor Pimentel autorizó su salida. Se fue al médico, no había lesiones visibles, tuvo que ir con un legista y después a levantar la demanda en contra de la empresa.

En eso estaba cuando el gerente de Tráfico le llamó, lo buscó y acordaron verse para llegar a un acuerdo. Raúl retiraría la demanda a cambio de su liquidación conforme a la ley y una carta de recomendación. Como si nada hubiera pasado. Así fue.

El asunto vino meses después cuando la siguiente empresa, y la siguiente y la siguiente y la siguiente, le pidieron su R-Control. Eso fue hace nueve años y es fecha que no ha podido conseguirla. Cada que va a hacer las pruebas psicométricas, no las pasa y no le explican porqué.

Le ha vuelto a llamar a Pimentel para decirle que eso no era parte del acuerdo, que a partir de ese incidente ya nunca pudo conseguir la acreditación y que eso le ha causado inestabilidad laboral. En ninguna empresa ha durado más de un año, y en todas, por la misma razón. Lo único que quiere es que Recurso Confiable le explique cómo puede sacar su R-Control, es lo único que necesita para seguir rodando por esta remota Autopista del Sur.