Aquel fue uno de sus primeros viajes. La calle estaba muy empinada. Parecía que sí llegaba. Sólo faltaban unos metros, pero la camioneta de Jonathan se apagó. Era tanto el peso que no aguantó y se detuvo sobre la pendiente más pronunciada del poblado. Se venía para abajo. La gravedad reclamaba lo suyo y este joven operador creyó que en cualquier momento se volcaría.

Hace seis años, cuando este joven mexicano, oriundo de Tlaxcala, se hizo operador, su mamá le regaló una imagen del Divino Niño. “Para que te cuide, mijo”. Lo primero que hizo fue colgarla en el retrovisor de aquella camioneta de tres y media que habría de llevarlo a los lugares más hermosos del país.

Ese día parecía normal. Había cargado en Cuautitlán y haría la entrega en un DIF de Querétaro, pasando el “pueblo del mármol”. Allá iba, pues, con algo más de cuatro toneladas de mercancías para el dispensario del lugar. Ese poblado, de cuyo nombre ahora no se puede acordar, está en medio de la sierra queretana y su calle principal, más bien escarpada, pone a prueba la condición física de los atletas lugareños, que ya le agarraron el modo.

Jhony, como reza su 10-28, solo sentía cómo la camioneta se iba cansando. De pronto se apagó. “Pensé en muchas cosas, se empezó a ir para atrás, me encomendé a Dios para que no pasara nada grave. Al final del día, el Primerísimo es el que nos cuida”. Colgado en el retrovisor, el Divino Niño vigilaba la escena, mientras el joven operador pisaba a fondo el pedal del freno que parecía más corto que nunca. La unidad se vencía, seguía retrocediendo.

“Cuidé que la camioneta no agarrara mucho vuelo y ya estaba tanteando impactarme contra una casa, esperando que no hubiera nadie por ahí”. Con la última maniobra del volante y en espera del impacto, el vehículo se detuvo justo en la esquina de la calle de abajo. Un segundo piso que se asomaba sobre la banqueta fue el obstáculo con el que se atoró la caja e impidió que se volteara. Quedó ladeada, sobre dos llantas.

Jonathan Cervantes Maqueda se aferró al volante en espera del impacto. No sucedió. La poca gente que pasaba por ahí lo auxilió para bajar del vehículo. Llamó a su patrón, vinieron para destrabar la camioneta y entregar la mercancía. Los daños, en realidad, fueron menores.

Luego del estrés del incidente, Jhony se dio cuenta de que la imagen del Divino Niño no estaba en su lugar. La había colgado y reforzado con imanes. Éstos ahí seguían, pero la imagen ya no. Removió los tapetes, desmontó los asientos, hizo y deshizo la pequeña cabina, pero no apareció. Ya no estaba.

Ahora que Jonathan cuenta esta historia sabe que no es coincidencia, pues el amor y la fe de su madre, materializados en un objeto tan pequeño, fueron los responsables de que éste sea un relato más bien anecdótico y no se trate de una lamentable tragedia.

Jhony tiene dos hijos, a quienes también les contó esta historia. Ambos le ayudan en los viajes y el más pequeño le dijo que cuando sea grande también quiere ser operador. Él conoce los riesgos de este camino y no está en contra de lo que ellos quieren. Cuando llegue el momento, habrá de apoyarlos y guiarlos por los caminos de esta remota Autopista del Sur.