Julián Rodríguez siempre ha dicho que nació en un camión, aunque no es del todo preciso, pues su madre alcanzó a llegar al hospital para dar a luz. Su padre, Julio, llevó a su esposa de emergencia a bordo de su vehículo de carga porque ya no había tiempo para pedir un taxi. Aunque ahí no empezó la historia de Autoexpress JJ sí fue un paradigma para dar un salto importante. 

Julián recuerda que quizá por ese incidente su primer recuerdo es el olor a diesel. Ver a su papá arreglando el camión, cambiando las llantas, lavándolo y luego dejar de verlo durante semanas, mientras él se quedaba con su mamá en los trajines de su casa en San Luis Potosí. 

Con sus ahorros más la liquidación de una empresa de transporte, Julio Rodríguez había comprado un camión unos cinco años antes de convertirse en papá. Se puso a trabajar y los números siempre salían verdes y podía proveer una buena calidad de vida a su familia. 

Con la llegada de su hijo, pensó que sería buen momento para invertir en un segundo tractocamión y empezar a proyectar el crecimiento de su empresa, que aún no se llamaba Autoexpress JJ, sino que solo era la razón social de una persona física. 

Un par de años después llegó su segundo hijo, Javier, con su torta bajo el brazo, pues coincidió con el segundo camión de la pequeña empresa. Fue en ese momento cuando don Julio decidió hacer algo importante y se cambió de régimen a persona moral y tuvo que ponerle el nombre a la empresa: Autoexpress JJ. 

Aunque también era su letra, él siempre dijo que eran las letras de sus hijos Julián y Javier. El Autoexpress salió porque su compadre le aconsejó que debía tener algo referente al transporte y que si podía parecer que llegaba rápido, mejor. Don Julio era famoso por tener el pie pesado. Siempre le gustó la velocidad. 

Ya con dos hijos y dos camiones, la responsabilidad tanto en la casa como en la carretera fue mayúscula. Había contratado a un operador y juntos, hicieron más viajes que nunca durante los primeros años. En ese periodo la flota se duplicó y Autoexpress JJ iba tomando forma. 

Con el paso del tiempo, ambos hijos se fueron a la escuela y eventualmente le ayudaban a su padre con el mantenimiento de las unidades, la talacha y el trajín administrativo. Les gustaba el negocio, pero querían hacer sus propias cosas. 

Javier, el menor, se casó muy joven y puso una tienda de abarrotes. Su negocio era fructífero y también muy pronto hizo abuelos a sus padres. Julián, en cambio, probó suerte en una concesionaria de camiones como vendedor. 

Tenía el labio largo y siempre tuvo reconocimientos por superar las metas. Su padre le había enseñado todo lo que había que saber sobre los camiones, y él, por su parte, tuvo que aprender sobre las nuevas tecnologías y así era como convencía a sus clientes. 

Ya estaba forjándose una reputación tanto en el distribuidor como con los transportistas. De poder invertir, decía, no estaba seguro si comprarse un camión o poner su propio punto de venta. 

Don Julio ya era mayor y un día falleció. Dejó la empresa con 15 camiones a nombre de sus dos hijos: una jota para cada quien. Sin mayor problema, los hermanos se pusieron de acuerdo y fue ahí cuando Julián tomó las riendas de la herencia familiar. Javier se quedó como socio, pero nunca dejó su tienda. 

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Con el conocimiento que le dio su padre, la experiencia vendiendo y su larga fila de contactos, muy rápido Julián le halló el modo al negocio y se empezó a diversificar de caja seca a contenedores, pues siempre le llamó la atención el transporte en los puertos

La crisis de 2008 les pegó con tubo, pero supieron soportar el embate y regresaron con mayor fuerza. También diversificaron a sus clientes y para 2015 ya tenían una flota de 30 unidades. 

Ahora con la pandemia, la diversificación fue crucial para esquivar las amenazas y saber cómo utilizar los recursos y hacerlos más eficientes. 

En la actualidad emplea a más de 80 personas y siempre recuerdan con nostalgia, cariño y agradecimiento a su padre, quien sembró esta tierra y les enseñó a cultivarla.