Antes de ser “El Judas”, Ernesto era sólo Ernesto, así, a secas, y creció con una vida tranquila en la sierra hidalguense. Sus padres se dedicaban a la tierra y él desde siempre supo meter sus manos en todo tipo de siembra. 

Pero la vida lo fue llevando a lo que sin duda era su destino. Muy joven se empleó con otro agricultor que, además, tenía sus propios camiones para llevar sus cosechas a las regiones aledañas.

Ernesto pasó de ser un agricultor a un conductor. Aquel empleador de su primera juventud tenía un hijo al que por una u otra razón no había podido bautizar, razón por la que los compañeros empezaron a referirse como “Judas” cuando hablaban del niño. 

El padre, sabiendo que todo era broma y que algún habría de bautizarlo, compró un camión nuevo y le puso en el parabrisas el apodo nuevo de su hijo: Judas. 

El tema es que cuando Ernesto tomó ese vehículo como herramienta de trabajo, la gente solía decir: ya llegó el Judas, ya se va el Judas, ahí anda el Judas, y siempre se referían al vehículo, pero poco a poco todo empezó a referirse al conductor. 

O a los o al que fuera. Se mimetizaron y al final Ernesto empezó a cambiar de identidad, pues con el paso del tiempo, muy poca gente conocía su nombre real y más bien le decían como decía el parabrisas de su vehículo. 

Como si le hubiera robado el 10-28 al camión, y éste hizo lo mismo con el hijo del patrón. Por si fuera poco, Ernesto “El Judas” Ordaz es devoto de San Judas Tadeo, de tal manera que nunca sintió molestias o incomodidad por su 10-28, sino todo lo contrario. 

Y así fue como la vida le dio la oportunidad de subirse a un camión que resultó ser su tocayo. Y ahí aprendió de todo, desde apilar las lechugas y los frutos, hasta sortear las vicisitudes del camino.

Incluso por aquellos primeros años, su propio camión hizo las veces de carroza fúnebre y tuvieron que burlar a las autoridades para llevar el ataúd a su destino. “Esa ha sido mi carga más difícil en casi 40 años manejando”. 

Cuando piensa en el destino, El Judas sabe que nació para esto, y lo supo desde la primera vez en que vio un amanecer mientras conducía por el sureste mexicano. 

“Tanta belleza siempre lo sobrepasa a uno. Y hasta he tenido la suerte de ir acompañado de mi esposa y de mi hija menor. A donde quiera que debamos ir, lo planeamos y nos vamos en el camión”.

También le ha tocado sortear los retos de la carretera, como los robos y la inseguridad, pero al mismo tiempo ha conocido a personas, amigos y colegas que han hecho su vida más grande, al mismo tiempo que siguen conservando las mejores prácticas de la vieja escuela. 

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Y en el futuro, y en el presente, seguirá rodando por la 57, pues sólo conoce esta forma de vida, y la salud le sigue dando para hacerlo en buenas condiciones.