Hacía mucho que no lo mandaban al sur. La orden del viaje indicaba que debía estar a las seis de la mañana en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, para descargar productos de consumo. Una vez terminada la maniobra, tenía que recoger cajas con resortes para llevarlas de regreso hacia el Bajío. 

Luego de entregar un flete, el operador ya iba de regreso, en vacío, hacia Palenque, en el estado sureño de Chiapas. Venía en su tracto con doble remolque ahí por la región del Benemérito de las Américas. Un viaje de rutina en una zona en la que el transporte no suele tener mayores complicaciones. 

Por esa zona los caminos se hacen más estrechos y hay que pasar más bien lento y con mucha precaución. El conductor venía por el camino cuando se le atravesó una camioneta de frente. Parecía que la impactaría de lleno y seguramente habría consecuencias fatales. 

Sin embargo, este conductor alcanzó a realizar una maniobra para evitar el primer choque, pero no pudo eludir el segundo. Antes de caer a la zanja que bordea el camino, el semirremolque trasero impactó contra la camioneta y la aventó algunos metros más adelante. 

Los pasajeros de ese vehículo salieron con lesiones leves, aunque conscientes de que pudo haber sido mucho peor. A unos metros, con el camión volteado y todavía dentro de la unidad, el conductor también alcanzó a librarse de golpes de consideración. 

Un poco aturdido, pero consciente, intentó salir por su propio pie. A esas alturas, los pobladores ya estaban presentes, viendo la escena y auxiliando a los afectados. Un grupo de personas ayudó al operador del tractocamión a salir y hasta le ofrecieron agua o, de ser necesario, ayuda médica.

Salió, con golpes leves, y cuando se acercaba a la camioneta para ver si los tripulantes estaban bien, tres hombres de esa comunidad lo tomaron del brazo. Daba la impresión de que era para apoyarlo, pero en realidad lo estaban sujetando, para guiarlo hacia dentro de esa especie de selva. 

Sin saber qué estaba ocurriendo exactamente, el operador les dijo que debía llamar a su patrón, a su familia, al seguro, que sus cosas estaban en el camión, que a dónde lo llevaban. 

-No te preocupes, ahorita les llamas. De hecho, es exactamente lo que les vas a decir. Aquí, en nuestra comunidad, hay reglas muy claras y van más allá del Gobierno, la Policía o la Guardia Nacional. No queremos problemas, solo queremos que nos paguen por los daños que hiciste con tu camión. 

Él pensó que llamando a su empresa y luego al seguro, todo saldría bien, pero lejos estaba de la realidad. Los pobladores lo llevaron a una especie de choza, vereda adentro, y desde ahí pudo ponerse en contacto con su familia y con su patrón. 

Los lugareños le dijeron que los costos por el accidente ascendían a 500,000 pesos en efectivo. Que no importaba si era el seguro o la empresa o quien fuera, pero que apenas pagaran, él podía irse.

Tras escuchar toda la historia, el patrón llamó al seguro. Cuando los ajustadores llegaron al lugar, determinaron que no podían pagar porque el camión con doble remolque circulaba por una vía de menor especificación. Además de que los 500,000 pesos reclamados por los pobladores no estaban justificados. 

El dueño de la empresa transportista se lamentó, quién sabe si más por su camión o por el operador, pero ambos seguían ahí, ya en el día dos. Cuando el conductor le volvió a llamar, el dueño puso toda clase de pretextos, pero le pidió que aguantara, que no se desesperara. 

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Día tres, día cuatro y nada. Se supo que el operador, privado de su libertad, comía una vez al día y no tenía acceso a darse un baño o estirarse un poco. Le llegó el rumor de que el dueño de la empresa no quería pagar, que prefería recuperar su camión por la parte legal y que fuera lo que Dios quisiera. 

En la última llamada de la que se tiene registro, los pobladores amenazaron con prender fuego al camión si no les pagaban. Lo que le harían al operador fue inaudible, pero fácil de imaginar. Mientras, él debía quedarse ahí, encerrado, imaginando y preguntándose si algún día volvería a rodar por esta remota Autopista del Sur.