Desde siempre, Adriana Amezcua González (La Amazona) supo que quería ser trailera, que lo sería cuando fuera grande, y como su papá tenía un negocio local de mudanzas, aprendió a manejar muy pronto, sabiendo que algún día alcanzaría su sueño. 

Esta primera infancia sucedió en San Juan de Aragón, donde transcurrió también parte de su adolescencia; aunque le gustaba el negocio familiar nunca le apasionó del todo, y lo que sí le agradeció a su padre fue que le enseñara a manejar esos rabones.

Siguió creciendo y probó suerte en distintos empleos, hasta que pidió una oportunidad en una empresa de transporte; le habían contado que no sería fácil, sobre todo por ser mujer y que poco les importaría que manejara bien o que tuviera experiencia en la empresa de su padre. 

Fue un gerente de aquella compañía quien le dijo que confiaría en ella, que le daría la oportunidad para iniciar en patio, y así fue el inicio de Adriana Amezcua, quien después fue bautizada como “La Amazona”: un colega así le dijo por su espíritu guerrero, y así se le quedó hasta la fecha, veintidós años después. 

Para La Amazona, después del patio vino la paquetería, que fue donde empezó a conocer todo el territorio nacional, y después la caja seca hasta llegar al traslado de materiales peligrosos, primero en sencillo y luego en doble remolque. Ésta es su gran pasión. 

“Lo que más me gusta de mi trabajo es manejar. Es un oficio muy noble, ya que te permite conocer lugares que ni siquiera sabías que existían, y los paisajes, los amaneceres, el ocaso, tantas fotografías que uno lleva en la mente son lo que más me gusta de mi profesión”, señaló “La Amazona”. 

En sentido inverso, para Adriana lo más difícil en este camino ha sido lidiar con el machismo, pues cuando empezó, hace 22 años, no había tantas mujeres en el volante, de tal manera que vivió todo tipo de insultos, insinuaciones y maltratos por parte de sus colegas hombres. 

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Que este no era un trabajo para mujeres, que se regresara a la cocina, a cuidar a los niños, en fin, todo eso que ella supo convertir en razones para no darse por vencida, pues sabía que no era fácil, pero también estaba convencida de que lo podía lograr. Y lo logró. 

Estuvo casada y no tuvo hijos, así que ahora su vida personal y su vida profesional conviven perfectamente, y puede ir y venir en el camión a donde la lleve el siguiente viaje. 

Sabe que aún le falta mucho por aprender y sabe también que la vieja escuela, sus amigos, sus mentores, seguirán ahí para echarle una mano, darle un consejo o simplemente compartir una mesa. 

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