Como cada año, el calor de octubre en Sinaloa evapora todo a su paso. Devora la brisa matutina y la convierte en el vaho inclemente que se pega en la frente y que resbala por la espalda, ahora convertida en sudor. La sensación pegajosa hace insufrible cualquier prenda que se aferra al cuerpo y que nunca se seca.

Por si fuera poco, llegar a la tierra de Pedro Infante a bordo de un tractocamión suele ser un viaje largo y plano, lleno de ruidos, sombras y recuerdos. La cita de Juan Carlos era a las once de la noche en el Cedis de Walmart en Culiacán. Manejó todo el día para llegar a tiempo, como siempre, y para contrarrestar los efectos del calor llevaba un short y una camiseta sin mangas.

Llegó con buen tiempo para estirar las piernas, fumarse un cigarro y cambiarse la ropa. Por políticas de la empresa, los operadores deben llegar presentables. Se puso un pantalón, se abotonó la camisa y siguió esperando su turno. En un pequeño instante, un hombre se acercó para ofrecerle ayuda.

Traía un chaleco reflejante, una gorra, casquillos y se ofreció para hacer la maniobra. Juan Carlos (10-28 Flaco) le dijo que no, gracias, que ahorita él lo movía. El otro insistió: yo lo muevo, ándale. Pero su voz ya era distinta, las palabras se le encimaban y un leve temblor en la boca dejaba escapar una sensación nerviosa, ansiosa.

“Lo extraño fue que se subió al estribo y ya se iba a acomodar en el volante cuando me subí para decirle que ya se bajara, que no ocupaba maniobra. Pero en ese momento, un segundo sujeto apareció por detrás del camión y el primero sacó una pistola. Todo fue muy rápido, confuso. Y lo único que hice fue levantar las manos y hacer lo que me decían”, relata el Flaco, un joven operador que a sus 23 años vivió su primer atraco en el camión.

El maniobrista pirata puso la pistola en el pecho de Juan Carlos y le ordenó pasarse al camarote, mientras él ocupaba el asiento del copiloto. El segundo hombre se sentó al volante y entre ambos comenzaron el interrogatorio: ¿trae GPS, de dónde se desactiva, no se te ocurra hacer una tontería o aquí mismo te mueres?

–Sí está rastreado, pero no sé de dónde se desactiva. Todo el tiempo lo monitorean, pero en serio, no sé más– respondió el Flaco más por instinto que por ganas.

Le buscaban y le buscaban, pero no hallaban cómo desactivar el localizador. Desesperado, el segundo hombre echó a andar el camión y Juan Carlos les advirtió que los monitoristas de la empresa se alertarían porque todavía no se reportaba la descarga y nueva carga en el Cedis. No les importó y seguían avanzando.

Llamaron por teléfono a otra persona, a quien comunicaron con el operador, aún amagado en el camarote del Freightliner 94, y le dijo que no le harían daño, pero que tenía que colaborar, para que no le pasar nada. Juan Carlos cooperó en todo momento, pero justamente por seguridad los operadores no saben cómo o dónde desactivar el geolocalizador.

Al registrar el movimiento del camión, un monitorista envió la alerta, y el claxon del camión empezó a sonar de forma intermitente. Los dos sujetos se alarmaron y le preguntaron al Flaco qué pasaba. Les explicó que era una especie de llamada de atención porque detectaron algo inusual en el camión. “¡Se los dije!”

Siguieron avanzando, la alarma dejó de sonar y luego se volvió a activar. Al fin decidieron orillarse y para su fortuna, en ese momento y vía remota se apagó el camión. Asustados, frustrados, urgidos, los asaltantes le quietaron el teléfono, la cartera y lo que hallaron de valor en el camión.

Alcanzó  decirles que se llevaran el dinero, pero que le dejaran la licencia y el INE. Se compadecieron, le aventaron la cartera con las credenciales y se echaron a correr. Un par de minutos después llegaron los federales y auxiliaron al Flaco. Se comunicó con su patrón, consiguieron que el Cedis lo atendiera fuera de horario y no pasó a mayores. Transparente, temblando y, una vez más, con la ropa manchada de sudor, este operador retomó su camino hacia esta remota Autopista del Sur.