Todos necesitamos desplazarnos de un lugar a otro diariamente. Como usuarios de diversos medios de transporte, siempre buscamos garantías de seguridad, velocidad, puntualidad, comodidad y, en general, el menor costo posible. Estas son las características que deseamos.
Sin embargo, desde la perspectiva del proveedor del servicio, ya sea una empresa privada o un ente gubernamental, se deben considerar otros aspectos, como la viabilidad económica en el caso de las empresas privadas, y las consideraciones sociales y políticas, en el caso de los Gobiernos.
Teniendo en cuenta estas variables, tanto las deseables como las viables al elegir un modo para transportarnos, es probable que lleguemos a la conclusión de que el autobús es una opción sumamente adecuada en muchos casos.
Su versatilidad para operar tanto en áreas urbanas como en carreteras, la variedad de opciones energéticas disponibles y el hecho de que no requiere infraestructuras costosas, como vías férreas o líneas eléctricas dedicadas, lo convierten en un medio de transporte que continuará siendo relevante durante muchas décadas.
Sin embargo, uno de los principales desafíos, además de encontrar un equilibrio entre lo deseable y lo viable y satisfacer las expectativas de usuarios y proveedores, es cumplir con los objetivos mundiales de reducción de emisiones. Los autobuses no son una excepción y, dado que entran en contacto directo con millones de personas diariamente en México, es crucial explorar opciones que contribuyan a un entorno más sostenible.
Aunque es importante destacar que la mayor parte de las emisiones, a excepción del PM2.5, provienen de vehículos ligeros, promover un mayor uso del transporte masivo de pasajeros y la renovación de la flota de autobuses en el país, son pasos cruciales hacia una mejora ambiental significativa.
Sin solución única en el transporte
No existe una solución tecnológica ambiental única para todos los casos. Es necesario evaluar las rutas de pasajeros actuales para determinar qué tecnología es más rentable en términos de reducción de emisiones.
En áreas urbanas, donde existen restricciones más estrictas y tarifas definidas por la autoridad, las opciones pueden incluir desde el uso de diésel de ultra bajo azufre hasta vehículos híbridos, eléctricos e incluso impulsados por hidrógeno.
En áreas rurales y de largo recorrido, el diésel de ultra bajo azufre y el hidrógeno pueden ser opciones más viables. Sin embargo, implementar estas tecnologías en el transporte requiere una política pública seria y comprometida.
Existen ejemplos de éxito en otros países, como China, donde miles de autobuses eléctricos y de hidrógeno ya están en circulación. Las autoridades ofrecen incentivos significativos para la fabricación y adquisición de estos vehículos, lo que también ha impulsado su exportación a América Latina.
En países como Estados Unidos, hay programas federales y estatales de incentivos para la adquisición de autobuses eléctricos y de hidrógeno, con subsidios importantes que pueden llegar hasta los 240,000 dólares por vehículo.
En el caso específico de México, es fundamental priorizar el transporte público, dado que el 96% de los viajes en transporte público (excluyendo automóviles) se realizan en autobuses.
El cambio de administración federal en este mismo año ofrece una oportunidad para elevar a prioritario el autotransporte en México, asignando recursos específicos alineados con la estrategia nacional de movilidad y seguridad vial, lo que permitiría programas de renovación vehicular para entidades federativas y municipales que mejorarían la calidad de vida de los usuarios de autobuses.
Miguel Elizalde, Experto en Movilidad Sostenible. Redes @MELIZALDEL [email protected]
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