La historia de Eduardo Ibarra, mejor conocido como “Pío Quintito”, se remonta unos veinticinco años atrás en el Estado de México, cuando él se subía al tractocamión de su padre, se sentaba en sus piernas y sujetaba el volante simulando ser operador como él.

Desde aquellos días, a ese niño no se le quitó la cosquilla del volante. Durante toda su infancia, su padre se encargó de explicarle para qué servían tantos botones, cómo acomodar los espejos, amarrar la carga y hasta las señales tanto del radio como de las luces en el camino. 

A él le gustaba tocar el claxon en carretera cada que encontraba a un colega, pero de pronto también lo hacía con cualquier otro automovilista, y siempre celebraba cuando le regresaban el saludo: cada uno de los días de su vida alimentó esta historia. 

Y aunque seguido le decía a su papá que de grande quería ser trailero como él, su papá siempre le dijo que primero debería terminar la escuela.

Eduardo no cuestionó. Al contrario, lo vio como un requisito y cuando terminó la preparatoria pensó que era suficiente, pues su destino estaba en el volante. 

Su padre ya le había enseñado a manejar desde que iba en la secundaria, en cuanto alcanzó los pedales y podía tener buena visibilidad, así que a los 18 años, incluso, le consiguió trabajo en la misma empresa donde conducía él. 

Así que se hicieron colegas y ahí fue donde lo bautizaron como: Pío Quinto es el nombre de su padre y es por eso que le llaman así, pero en diminutivo. 

Y ya pasaron ocho años desde aquel inicio con su padre, en el que este joven mexiquense ahora trabaja para Enlaces Logísticos Narcea, en Veracruz, y anda recorriendo todo el país. 

De hecho, eso es lo que más le gusta de su trabajo: llegar a tierras nuevas y atraparlas en su mente para llevarlas por siempre. Conocer, visitar, comer, probar y descubrir nuevos horizontes. 

Ya le faltan pocos rincones por visitar, pero seguro lo conseguirá, aunque está consciente de que éste es un trabajo de alto riesgo, pero no se intimida, ya que también sabe que mucho depende de él. 

Cuidarse, respetar los límites de velocidad, descansar y comer bien, ceder el paso, ser prudente, no sobrecargar su unidad ni estimular su cuerpo con sustancias prohibidas, en fin, todos esos malos hábitos que coexisten en la carretera, pero que uno siempre puede decir que no. 

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Y es así como continúa aprendiendo y ganando experiencia, justo como su padre le enseñó hace algunos años, y él espera que algún día pueda hacer lo mismo por las nuevas generaciones.

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