Cuando Fredy «El Chueco» González nació, a sus padres les dijeron que tenía una pierna más larga que la otra, que no había forma de arreglar esa condición, pero que existían aparatos ortopédicos para que pudiera caminar y tener una vida lo más “normal” posible, aunque claro, siempre tendría esta discapacidad.
Y así creció, con las limitaciones de su movilidad, pero con el espíritu aventurero de cualquier niño al que le gustaba jugar en la tierra, con juguetes, videojuegos y también futbol, pero sólo de portero y con la facultad de detener el balón con las muletas.
Al menos en la escuela y con sus amigos su vida sí era bastante normal y nunca se sintió discriminado o limitado, pues sabía que bien podía elegir una carrera universitaria y construir un futuro exitoso, tal como se esperaba de los niños nacidos en los setenta.
En eso estaba, hasta que conoció a unos amigos de su tío, que era trailero y, de broma en broma, le dijeron que debería aprender a manejar el tractocamión, que su condición no era una limitante.
En efecto, Fredy lo vio una broma, y les siguió el juego, de tal manera que se subió con uno de ellos y éste le fue diciendo cómo funcionaba, que era muy similar a un coche, pero con más velocidades y más funciones en el tablero, pero nada que no pudiera aprender.
Le costó un poco de trabajo, pero después de una media hora ya andaba conduciendo el camión. Era un torton que transportaba tierra y material de construcción. Se dio unas vueltas en el pueblo y se sintió muy cómodo. De hecho siempre habría de recordar que, por primera vez en la vida, no sentía que tuviera una condición.
En sus propias palabras, se sintió libre. Y no sólo por el hecho de que no pensaba en las muletas, sino porque entendió, además, que podía dedicarse a esto; era un buen trabajo y la mayor parte del tiempo la pasaría arriba del camión.
Quienes le enseñaron a manejar le advirtieron que también debía aprender a carga y descarga el camión y que, sin duda, podrían ayudarle a conseguir trabajo, pues en este oficio siempre hay oportunidades.
No lo dudó y rápido se lo comunicó a su familia. Ya tenía trabajo y sabía perfectamente que se dedicaría a esto el resto de su vida. Una vez más, no le fue fácil, pero aprendió lo que debía saber además de mover el vehículo.
Años más tarde, cuando quiso aprender a manejar quinta rueda, igual le costó trabajo enganchar el remolque, desengancharlo, pero su maestro le había dicho que casi todo era más maña que fuerza y le pasó unos tips para hacer el trabajo.
Incluso cuando se convirtió en operador ya tenía su 10-28, “El Chueco”, pues así le pusieron sus amigos de la infancia, siempre con cariño y nunca con malicia. No le molestaba y por eso lo subió con él al camión.
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Y así han pasado casi 30 años, en los que ha conocido todo el país, a muchas personas y también a muchos jóvenes a los que ha inspirado, no sólo personas con discapacidad, sino también aprendices de operador que lo vieron y quisieron dedicarse al volante como él.
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