Luis Antonio sale del patio de la empresa en Teoloyucan, Estado de México. Tiene un mes manejando tractocamión y ya es su primer viaje hacia Querétaro, una carretera que ha atravesado muchas veces, pero nunca arrastrando 30 toneladas, casi siempre acompañando a sus amigos operadores. 

Tomó un curso de capacitación y practicó de más haciendo maniobras de patio, y ahora se siente listo y está emocionado por salir a carretera ya sin compañía, siendo él el responsable de todo. 

Una vez que pasa la caseta de Tepotzotlán siente más fuerte el viento que entra por la ventanilla. Lleva un termo de café y chicles para hacer saliva. 

Por el carril de extrema derecha circulan los vehículos más antiguos, tipo torton y rabón y una que otra camioneta estaquitas, pero Luis Antonio se ubica perfecto en el carril del centro, a unos 60 kilómetros por hora, incluso rebasa saludando a sus colegas operadores. 

Pero apenas unos minutos después observa que por el carril de la izquierda viene un tractocamión evidentemente más rápido que los demás, y quizá deba ser porque su caja viene vacía, pero haciendo cálculo tal vez viene a 80 ó 90 kilómetros por hora. Quizá un poco más. 

Muy rápido lo alcanza y hasta lo rebasa, aventando las altas para pedirle al de adelante que le abra paso. 

Justo en ese momento recuerda lo que le decía su mentor. Lo más peligroso para nosotros los operadores somos nosotros. Es decir, cada uno es su principal riesgo, porque si tú no te cuidas, nadie lo hará. Y en sentido contrario, si te cuidas, cuidas a los demás. 

“Ustedes que están jóvenes muchas veces quieren primero correr y no han aprendido a caminar. Ojalá no te pase, Mijo”, le dijo. 

Y a Luis Antonio se le quedó grabado. Siempre dijo que él quería primero caminar, incluso gatear, que sería paciente con la enseñanza, que aprendería todo lo que tuviera que aprender. 

El colega que llevaba prisa ya no se ve, pues siguió adelante sin frenar. Ojalá esté bien, piensa Luis Antonio. Y también vio que era joven como él, quizá unos 20 años. Por eso recordó aquella moraleja. 

Pero sigue a 60, luego 50 y así se va los próximo kilómetros hasta llegar a su destino. Todo el tiempo pensó en la enseñanza de su maestro y sonrió al recordarlo, pues tenía razón. 

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Descarga, busca algo de comida y se toma una foto para recordarla por siempre: estoy aprendiendo a caminar. Ya luego volverá, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.

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