Alejandro Zapata observa el horizonte. Destapa su botella de agua y da un sorbo grande. Se escucha cuando pasa de la boca al esófago mientras vuelve a enroscar la tapa. Camina unos pasos hacia el tractocamión y sube despacio, seguro. Él es uno de los miles de operadores que andan todos los días por la carretera. 

Lleva ya más de treinta años conduciendo quinta rueda y sólo una vez estuvo a punto de causar un accidente. Uno terrible. Ahora que recuerda ese incidente, mientras se incorpora a la 57, hace una mueca casi de lamento, pero más bien de agradecimiento porque no sucedió la tragedia que pudo ser. 

Apenas rebasaba los 20 años cuando tenía tanta hambre de aprender y recorrer los caminos, que le bastaba tomar una siesta de una hora u hora y media para seguir manejando otras diez; bueno, en esa época él creía que le bastaba. 

Pero en aquella ocasión, su patrón le pidió que apenas dejara la carga en Monterrey se fuera rápido a cargar en Allende para bajar lo más rápido posible hacia Toluca, en el Centro del país. El reto era mayúsculo, pero la recompensa también, pues le prometió un bono que no pudo rechazar. 

Él había visto que los operadores hacían de todo con tal de llegar: pastillas, café, cocacola, cigarro y otras sustancias totalmente prohibidas, pero le llamaba la atención que siempre lo decían presumiendo, como poniendo un estándar para los más jóvenes. 

“Yo en una semana le he dado dos vueltas al  país nomás durmiendo dos horas por día”, decían los más viejos cuando él era joven. 

Uno de esos operadores le había dicho que no se trataba de llegar primero, como decía la canción. “Recuerda que siempre alguien te espera”, le dijo. 

Pero Alejandro tenía hambre de todo, también de dinero, así que apenas pudo, se subió al tractocamión y echó a andar el viaje casi imposible. Había conseguido algunas pastillas para inhibir el sueño y traía muchas latas de refresco, además de sus cigarros habituales. 

Casi lo logra. Justo cuando ya venía de regreso después de la primera parte cumplida en tiempo y forma, se tomó las pastillas, justo como le habían aconsejado, pero no sintió nada, así que dobló la dosis, pero ese fue su error, ya que apenas una hora después sintió el golpe farmacéutico. 

No le dio sueño, sino todo lo contrario. Su cuerpo empezó a sudar, todo le temblaba y su visión se hizo borrosa. Fue paulatino, pero cuando se dio cuenta ya iba demasiado rápido y con la noche encima. Además, ya no podía darse “el lujo” de detenerse, pues de lo contrario, no llegaría a su destino cuando lo esperaban. Adiós a su bono. 

Intentó frotarse los ojos, tomar mucha agua, pero el cuerpo ya no le respondía. Recuerda que pensó en la emergencia y quiso frenar, pero los pies también se le confundían, hasta que casi se impacta con un autobús que se había detenido casi sobre el acotamiento. 

Viró el volante con violencia y logró esquivar a la unidad de pasajeros; quizá la vida o la muerte o algo lo regresaron a la realidad y pudo volver en sí durante unos instantes, suficientes para tomar el control de su unidad hasta que se detuvo de forma seguro más adelante. 

En cuanto se sintió seguro, apagó todo, cerró el camión y se acostó a dormir. La cabeza, el cuello y hasta el cabello le pesaban de forma inexplicable, así que cayó rendido y así se quedó durante quince horas en las que no hubo poder humano que pudiera despertarlo. 

La propia resaca hizo su trabajo y cuando al fin pudo levantarse se dio cuenta de lo que había pasado, y también recordó lo que no había pasado, así que agradeció estar vivo, haber despertado y poder contar esta historia. 

En cuanto arrancó llegó al siguiente punto para llamar a su empresa y avisar que todo estaba bien, pero que todavía le faltan varias horas para llegar. 

No hubo bono, pero fue mejor para él, ya que aprendió la lección: despacio porque llevo prisa. Desde ese día hasta hoy no ha dejado de dormir y siempre avisa cuando se va a detener, cuando su cuerpo reclama descanso. 

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En algunas empresas nunca lo entendieron, pero ahora trabaja para una que no sólo está de acuerdo, sino que promueve respetar las horas de sueño a fin de que los operadores estén bien en todo momento. Y ahí sigue Alejandro, al igual que nosotros, Al Lado del Camino. 

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