Juan Jesús detiene la marcha del camión. Aunque va despacio desacelera todavía más, prende las intermitentes y logra ver del lado derecho que un colega se salió del camino. Apenas pasa el lugar del accidente y se orilla para ver si puede ayudar en algo. Sabe, pues, que los incidentes le pueden ocurrir a cualquiera y apoyarse es lo menos que pueden hacer como compañeros operadores.
Desciende del camión y camina hacia la escena. El compañero está bien, pero su vehículo y el remolque están volteados. Al menos se podría celebrar que no hay desgracias humanas ni rapiña.
Justo cuando le pregunta al colega si está bien logra ver, de forma muy evidente, que sus ojos están muy rojos y que le tiembla todo el cuerpo. Éste logra responder que sí, que la libró, pero que la mera verdad llevaba ya muchas horas sin dormir y que tal vez se le pasó la mano con los pericos.
Juan Jesús solo atinó a preguntar si ya había llamado a su patrón, si tenía teléfono, dinero o si le podía echar la mano para comunicarse con alguien. El otro parecía no reaccionar, se veía cansado, débil, como si fuera a desmayarse.
El primero va a su camión y regresa con una botella de agua y su teléfono celular. Le ofrece ambos, pero el segundo sólo toma el agua y le dice gracias, que ahorita él se comunica con la empresa y con el seguro, pero que seguro le cobrarían el accidente porque no venía en sus cinco sentidos.
Lo más importante es que estás bien, le dice Juan Jesús. Espera unos minutos y al ver que llegan las patrullas y hasta una ambulancia mejor se va y le desea suerte a su compañero.
Días después se enteró que el segundo era amigo de un amigo y resulta que no era la primera vez, que seguido cambiaba de empresa por lo mismo, pero no sólo eso, sino que además de que le entraba a ciertas sustancias, sólo conseguía trabajo en lugares donde les exigían metas imposibles.
Como hacer viajes de Tijuana a Mérida en tiempos imposibles y de ahí subirse luego luego a la capital y después a Nuevo Laredo. En todas las rutas se ignoraban los tiempos de descanso y el único “aliciente” era un ridículo bono por kilómetro recorrido.
“Sólo así podría juntar algo, pero eso no es vida. Ni duerme ni come ni nada. Un zombie en la carretera”, le narraba aquel amigo en común.
Y, por supuesto, que Juan Jesús no se espantaba y no era la primera vez que oía o veía un caso como éste. De hecho lo lamentaba porque, en efecto, las personas ajenas al transporte y que sólo ven camiones en la carretera asumen que todos los operadores son peligrosos, que son un riesgo para la sociedad.
Pero no es así, afirma. Aunque aquí pagan justos por pecadores, la verdad es que como en todo, hay buenos y malos conductores. Al igual que empresas, al igual que los clientes. Y la responsabilidad empieza en uno, cada uno desde su trinchera, aceptando viajes o no. Metiéndose pericos o no. Durmiendo sus horas adecuadas o no.
Y también los empresarios, ya que sigue habiendo un segmento que no repara en las personas, en sus necesidades y en sus capacidades, y así nada más siguen operando al margen de las normas.
Juan Jesús toma el último sorbo de café y se despide de los colegas. Les dice que se cuiden, que cada uno de ellos, todos juntos, tienen la responsabilidad de hacer bien su trabajo y hacerlo en las mejores condiciones posibles.
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Él solo no puede cambiar a todo el sector, pero sí puede hacer la diferencia en el siguiente viaje y en el siguiente kilómetro, pues para él lo más importante es regresar a casa y regresar con un ingreso que permita llevar pan a su mesa. Compartir los días con sus hijos y su esposa. En eso piensa mientras se sube al camión, para seguir, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino.