El tractocamión circula a 60 kilómetros por hora, es de noche. El operador durmió bien, así que todos sus sentidos están alerta por sobre la carretera que luce más transitada que de costumbre. La música y el termo lo acompañan desde hace años. Su única preocuapción es la inseguridad que sigue encabezando las noticias de cada día. 

Los colegas en el radio avisan de unas camionetas sospechosas sobre la carretera, unos 80 kilómetros más adelante, a donde debería llegar dentro de hora y media. Igual comentan que armarán un convoy para los que anden por ahí. 

Casi por costumbre, con la mano derecha acaricia el rosario que cuelga en la cabina y se persigna y después reza un padrenuestro. Aún más alerta. 

Pasan apenas unos quince minutos cuando una camioneta pick up le da alcance por la izquierda y se le mete de manera brusca. El conductor desacelera con fuerza, hasta detenerse, pues, de lo contrario, se habría impactado con ella. 

Un hombre armado baja por la puerta trasera, del lado del conductor, pero no viene hacia el operador del tractocamión, sino que intenta llegar al acotamiento. Sus movimientos son torpes, desesperados. 

Mientras intenta entender qué está sucediendo, el hombre armado da unos pasos hacia la orilla del camino cuando un auto, de la nada, llega para arrollarlo de costado. Ese vehículo rebasó por el acotamiento hasta lograr su objetivo. 

La camioneta del hombre armado se echa a andar, pero se cambia de carril durante los primeros segundos y un tractocamión lo impacta y lo manda hacia la orilla de la carretera. De tantos impactos parecía una carámbola aunque no lo fue. 

El auto que atropelló al hombre armado se pone en marcha y sale de la escena, mientras el hombre se quedó inmóvil, justo en la línea que divide el carril de baja con el acotamiento. 

Metros más adelante la camioneta en la que viajaba también se quedó estática y no se nota movimiento en su interior. El tracotcamión que la impactó siguió su camino y de pronto la escena es desoladora. 

El operador que todo lo ve se comunica con la empresa para la que trabaja para reportar los hechos. Él está espantado y no logra meter el embrague ni la primera velocidad. 

De pronto reacciona y se va. Deja a un lado al hombre inmóvil, ahora desarmado, y al vehículo que lo trajo hasta acá. Lo único que logra ver es al conductor, también inmóvi y con la cabeza descansada sobre su pecho, como si estuviera durmiendo. 

Los colegas ya están platicando de lo ocurrido y él alcanza a decirles que lo vio todo, que parecía como si lo fueran a asaltar, pero que tal vez ya habían asaltado a alguien, pero éstos les dieron alcance para cobrar venganza por cuenta propia. 

Al llegar a la caseta por fin llama a la empresa, donde le dijeron que habían levantado el reporte, pero que no había patrullas cerca, que le darían seguimiento. 

Al día siguiente, un par de diarios locales reportaron la muerte del hombre atropellado. No había información sobre el móvil. No se supo más del hombre que yacía dentro de la camioneta. Sólo inseguridad.

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Este operador que ahora relata esa noche sabe que bien le puede tocar contarla o quizás no, que de pronto la suerte los puede acompañar, pero tal vez no siempre. 

La supervivencia como forma de vida por culpa de la inseguridad. Pero él continúa, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino.