A lo lejos se veía la fila de vehículos detenidos quizá por la lluvia o acaso un choque desafortunado como los que aumentan en la temporada de huracanes. Don Marcos bajó la marcha y se dejó guiar por las luces formadas que se perdían hasta el último punto del horizonte. Le falló el pronóstico: eran deslaves.
Él ha conducido su propio tractocamión durante los últimos 15 años y aunque ya podría delegar esta función a alguno de sus operadores, cuando pasan muchos días sin manejar, dice que le da la ansiedad, como si no pudiera estarse tranquilo sin hacer dos o tres viajes al mes.
Iba de su natal Tabasco hacia la selva chiapaneca. Llevaba frutas y debía regresar con sorgo para los avicultores que le encargaban el mismo flete dos veces al mes. Apenas había entrado a Chiapas cuando sucedió esta escena en la que la fila de coches, camiones y buses se perdía para adelante y hacia atrás.
Tuvieron que pasar seis horas para llegar al cerro en cuestión. Protección civil, bomberos, policías y hasta la Guardia Nacional dirigían el tránsito, pero no había mucho que dirigir, ya que más bien lo que hicieron fue cerrar la carretera y dejar un solo carril para allá.
Pero el punto no son los deslaves, ya que todos los que han transitado por estos caminos saben que esto sucede todo el tiempo, sobre todo en esta época del año, el verdadero punto es que no hay manera de evitarlos ni de reaccionar con mayor velocidad.
“Acá en el sureste siempre es lo mismo. Falta mucha infraestructura, vialidades más seguras y eficientes, pero en vez de esto, tenemos deslaves, accidentes y eternas obras, no de mantenimiento sino de reparación, y lo peor es que tardan semanas en arreglar un tramo de 50 metros”, señala.
Además del tiempo -que por sí solo ya representa un gran reto para los usuarios de las vialidades-, los transportistas también tienen que lidiar con las entregas, con los horarios de carga y descarga y con los clientes, que si bien la gran mayoría comprende que son temas de fuerza mayor, hay quienes no reparan en los contratiempos de la carretera.
Por si fuera poco, don Marcos también cuenta que cuando a los camiones les toca su mantenimiento, la suspensión está mucho más dañada por estas razones, ya que la infraestructura carretera nunca está al cien, como sí lo están los peajes, cada vez más actualizados, pero cobrando por las mismas vialidades en las mismas condiciones.
Aunque, eso sí, en los tramos carreteros “bendecidos” por el Tren Maya, ahí sí hay inversiones y mantenimiento; ahí sí se nota la mano del capital que observa sus intereses y, ahora sí, cuida la infraestructura y hasta pareciera otra carretera, pero apenas unos kilómetros más allá o más acá el olvido impregna de nuevo la atmósfera del sur.
Ya llegó a su destino y logró descargar las frutas de la temporada. Incluso aprovecha para pelar un mango y saborearlo mientras bajan las últimas pencas; las personas del lugar saben las implicaciones de haber vivido en esta parte del país, y aunque las lluvias y los deslaves no son el problema, sí lo es la falta de conectividad.
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Pero, como siempre, confían en que ahora sí habrá interés por parte de las autoridades locales, estatales y federales para comprometerse no sólo con el transporte, sino con las personas, las industrias y la sociedad en general. Mientras, al igual que nosotros, él seguirá Al Lado del Camino.