Renata está comiendo con sus amigas en un restaurante de la Ciudad de México; su teléfono suena y ella contesta: un tema con un flete que debió llegar hace unos treinta minutos y cuyo operador no responde. Es parte del protocolo en su empresa de transporte.

Cuelga y hace un par de llamadas, sin éxito. Envía mensajes y marca otro número; luego de cinco minutos, al fin, el operador se comunica con ella y le explica lo sucedido: lo chocaron y se quedó sin señal. 

Ahora Renata es la que se tiene que disculpar con sus amigas y se retira. Debe encontrar al responsable de esos asuntos en la empresa y acompañarlo al lugar de los hechos: ella siempre fue la más interesada en respaldar a su equipo, así que es lo que debía hacer. 

En otra ocasión, cuando volvió a reunirse con sus amigas, éstas le cuestionario si valía la pena tener una empresa que le estropeara los planes o le limitara su vida personal o social. 

La respuesta de Renata fue clara: cuando algo te apasiona, te llena y, además, te permite construir un patrimonio para tu familia, no pesa, no es difícil y, naturalmente, no es un error dedicarse a esto: “al transporte y la logística, o los amas o te dedicas a otra cosa”, les dijo.

Pero no fue todo, ya que les contó sobre un operador que algún día llegó a pedirles trabajo; luego de un par de entrevistas y requisitos se quedó a trabajar, pero con la diferencia de que había hecho sólo viajes locales, pero aquí se requería que fueran a donde se necesitara. 

“No duró ni un mes, pues al primer viaje que le tocó estar fuera de su casa casi una semana, decía que extrañaba a su familia, que no estaba acostumbrado, y en efecto, le pesaba mucho la soledad del camino”, les relató. 

Luego de tres semanas, continuó, el operador renunció pues no sólo no disfrutaba el trabajo, sino que sufría por pasar tanto tiempo lejos, incluso supo que cambió el tractocamión por un vehículo de tranporte privado en plataformas digitales. Sí le gustaba manejar, pero no estar lejos de casa. 

Y lo mismo pasa con familiares o personas que han llegado a trabajar aquí y piensan que todo se termina a las seis de la tarde, pero no es así, puestos clave que deben estar atentos en todo momento, pero uno lo sabe y lo disfruta, o lo sufre, si no se tiene la madera para esto, seguro no durarán mucho tiempo.

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Por último, Renata les dijo que éste era un trabajo de servicio, como el de un mesero o una perona que barre la calle: ofrecen algo a los demás, y es por eso que hay que estar siempre para atender las necesidades de los clientes, quienes buscan una solución para cada problema. 

“Y de eso se trata el transporte,  aunque puedes delegar, uno no se desentiende de la operación en ningún momento, y no se trata de que tengas que hacer todo tú, sino de la pasión de estar al tanto de lo que pasa en cada rincón de la compañía”. 

Sus amigas lo entendieron o más bien lo respetaron. Entendían que, en efecto, si eso no era lo suyo, era difícil ponerse en su lugar, pero también la vieron realizada y plena, así que siguieron acompañándola, al igual que nosotros, Al lado del camino. 

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