El servicio de transporte de transfer es, a priori, un trabajo sencillo. Tomar una caja, cruzarla y dejarla del otro lado de la frontera. De aquel lado, hacer lo propio y regresar. Una, dos o tres maniobras al día y listo, así se va la rutina de ese camión que atraviesa las aduanas una y otra vez.
Pero no siempre es así. Cuando se trata de un flete internacional, el agente aduanero hace cierta documentación para informar sobre las mercancías que entrarán a Estados Unidos y saldrán de México o viceversa, procedimiento realizado generalmente antes de que el transportista tome la carga en su lugar de origen.
Una vez que el operador recibe esos documentos por parte del agente aduanal hay que hacer un manifiesto en el sistema estadounidense, con el que se complementa la burocracia, al menos en el papel, pues la tecnología falla, se les cae el sistema y esto entorpece el cruce de las unidades.
En una jornada normal, tomar la carga en la frontera, cruzar las aduanas y desengancharla en el patio de Estados Unidos puede tomar entre una hora y hora y media, pero cuando se cae el sistema y es la hora pico, hay unidades que se quedan formadas por más de 24 horas.
Estadísticamente, la aduana que más falla es la de México, aunque no por mucho, ya que a la de Estados Unidos también se le va la luz o se le cae el sistema. Además de que el Proyecto de Integración Tecnológica Aduanera (PITA) no siempre funciona y en lugar de agilizar, también entorpece el cruce fronterizo.
Ahora sí, ya estando en las aduanas, el personal revisa la documentación e indica con un semáforo si la unidad puede avanzar o no. En algunos casos se hacen revisiones más profundas, sobre todo si hay alguna inconsistencia o por mero azar en las inspecciones, y ya en estos casos, el tiempo de cruce puede ser de cuatro o cinco horas.
Y justo cuando hay un error mínimo, humano, acaso comprensible, la voraz corrupción muestra sus fauces, hambrientas, dispuestas a devorarlo todo.
Un transportista de Nuevo Laredo, que prefirió guardar el anonimato, contó a TyT que esto le sucedió hace un par de meses, cuando debía llevar una caja del patio de su cliente en México a la yarda estadounidense. Un procedimiento de rutina. Al operador le asignaron la caja uno para el cliente X.
Así fue, el conductor llegó y enganchó la caja, sin darse cuenta que era del cliente Y. Todo estaba en regla, como suele ser, y el operador se fue hacia Estados Unidos, y con suerte, ya que una hora después estaba desenganchando en la yarda de aquel lado.
Como se dijo, era la caja equivocada, pero igual ya había cruzado hacia Estados Unidos, de tal suerte que cuando la caja correcta tenía que cruzar al otro lado, la persona responsable de la revisión, ahora así, notó que había una inconsistencia con el cliente.
Verificaron, corroboraron y al final resultó que sí, que la caja que yacía en Estados Unidos era la que debía estar cruzando la frontera en ese momento. De regreso al patio mexicano y notificar dónde había estado el error. En efecto, el conductor se equivocó de caja, pero lo dejaron pasar.
Es decir, la persona que debió impedir el cruce dio la luz verde y la caja incorrecta cruzó hacia Estados Unidos. El transportista no estaba tan preocupado ya que sólo tenían que aclarar el incidente, pero el gran problema resultó cuando aquella caja en Estados Unidos tenía destino en México, es decir, ya había cruzado de allá para acá y el operador la regresó al otro lado.
“Uy, no, joven, todo eso ya está en el sistema y la penalización es carísima. De acuerdo con el valor de su carga, la multa será de 125,000 dólares, pero si prefiere, yo le puedo dar la atención. Ya moviéndole todo le saldría tan sólo el 10% de esa cantidad”.
Tendría que pagar 12,500 dólares en efectivo. Algo así como 300,000 pesos. Tan sólo por un error que, en efecto, había cometido su operador, pero que había terminado de completar el funcionario de las aduanas.
Este empresario no dudó y en virtud de que debía entregar las mercancías en muy poco tiempo, pagó el 10% de “la multa” y terminó la operación. Por supuesto que está consciente de que él también es partícipe de la corrupción, pero lo que no tiene claro es porqué un error de esa naturaleza pudo costarle 3 millones de pesos.
Ahora, con oootro cambio en la administración de las aduanas, este mismo empresario cuenta que tanto los militares como la Marina y, por supuesto, la Guardia Nacional, llegan sin saber, pero con ganas de aprender, y cuando lo hacen, ya nadie los para.
“Por ejemplo, tienes un incidente en la carretera y llega el de la Guardia Nacional y no sabe qué hacer. Tú mismo le explicas que debe consignar los hechos, que debe llenar un reporte y que debe dar parte a las otras autoridades. Al final pregunta sobre el dinero y tú sabes que antes los moches eran altísimos, así que le dices que son 5,000 pesos” .
El uniformado acepta y así se realiza, pero para la próxima él ya sabe cómo funcionan las cosas, de tal manera que ahora pide 10,000 y luego 15 y así hasta que negocia el mejor precio para ellos.
En las aduanas, afirma, pasa lo mismo, ya que son personas que no conocen la operación, no saben cómo abonar a la eficiencia y, literal, llegan a preguntar cómo sacar provecho de cada situación.
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Esta historia es real y aunque el protagonista prefirió el anonimato, él seguirá, junto con nosotros, Al Lado del Camino.