Cuando era niño, allá por los años cincuenta, Rubén Reyes veía a su padre conduciendo un camión y siempre le pareció la cosa más asombrosa del mundo: ver cómo era capaz de mover un monstruo de hierro de ese tamaño le resultaba casi mágico. En aquella infancia, lejos estaba de saber que algún día él tendría su propia flota: Fletes Reyes. 

Naturalmente el nombre de la empresa es por su apellido, pero también es un homenaje a su padre, pues fue él quien le enseñó todo lo que sabe sobre los camiones, desde cambiar una llanta hasta moverlo en largas distancias. 

Apenas tuvo edad de alcanzar los pedales tuvo que entrarle al quite y hacer un viaje a Nuevo Laredo. No tenía ni quince años, pero todo salió bien. Eran otros tiempos y fue en ese momento que supo que el volante sería su forma de vida. 

Creció y rápido consiguió algunos trabajos. Seguía ganando experiencia y vio la forma de hacerse de un camión. Como suele pasar con muchos operadores, logró su objetivo y se convirtió en su propio patrón. Fletes Reyes era ya una realidad. 

Y aunque el sueño empezaba a volverse realidad, no fue fácil, ya que muy pronto se enfrentó a grandes obstáculos, sobre todo porque no conseguía buenos viajes. Como su camión era viejito, lejos estaba de competir con las grandes flotas. 

Sin embargo, siguió trabajando para hacerse de un nombre, una reputación y darse a conocer por su servicio, por el trato amable que siempre brindó a todos, justo como su padre también le enseñó. 

Años después ya tenía tres camiones, pero igual eran de modelos atrasados. Fue ahí cuando supo que para marcar una diferencia sustancial debía renovar su flota, así que sacrificó dos unidades para hacerse de una más reciente, todavía no nueva. 

Eso marcó el momento del cambio para Fletes Reyes, pues tuvo acceso a otros clientes, con viajes mejor pagados y acceso a más y mejores oportunidades de trabajo. Aunque la nostalgia era poderosa, hizo lo mismo con el primer camión y pagó el enganche para un camión nuevo. 

La deuda era importante, pero las ganas eran más poderosas. Así fue como terminó de pagar el camión y luego se endeudó con otro y después otro y así hasta que tuvo una flota de diez camiones, todos modelo reciente. 

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Veía el fruto de su trabajo y justo en ese momento sus dos hijos quisieron entrarle al negocio. Hizo lo que su padre había hecho con él y los puso a cambiar llantas, a ayudarle a los mecánicos, a lavar las unidades, pero muy pronto desistieron y mejor se regresaron a la escuela. 

Don Rubén siguió manejando y contrató a alguien para administrar el negocio. Todo iba viento en popa hasta que le llegó la crisis de 2008, cuando tuvo que reajustar la estrategia y también la plantilla, pues ya no daba para pagarla completa. 

Reinventó y diversificó el negocio para no depender de pocos clientes, de tal manera que una vez más adquirió financiamientos y puso más camiones a rodar. Sabía que era el intento más importante en esta historia y que se moriría en la raya. 

No fue suerte, sino trabajo y estrategia lo que le dio la razón al paso del tiempo. Duplicó su flota y así dio paso a la modernidad no solo en los camiones, sino en procesos, tecnología y gestión de la empresa. Fue así como Fletes Reyes se convirtió en una realidad pujante que hoy sigue escribiendo su historia. 

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