Daniela Hernández heredó dos camiones de su padre. Cuando apenas echó a andar el primero, en esas andaba, aprendiendo el negocio y moviendo tabiques de Puebla hacia el sureste. A sus 22 años sabía muy poco del transporte y muy rápido le tocó conocer parte de esta realidad, con una grúa.
Eran las tres de la mañana cuando sonó su teléfono. Su único tractocamión en operación había sido robado en un parador de Veracruz, allá por las Tinajas. Los ladrones se llevaron al operador y no se sabía más.
Ella rápido llamó a la aseguradora, a su proveedor de GPS, al abogado y a su tío Saúl González, que también se dedica al transporte ,y llegó lo antes posible. Los agentes de la operadora de telemetría fueron los primeros en llegar, pero no daban con la unidad, que seguía mandando señal, pero no la veían.
El tractocamión llevaba dos planas cargadas con ladrillo y no había ningún rastro. Era una zona de tierra, algunos árboles y mucho fango. Todavía no clareaba cuando al fin, en medio de un camino de lodazal, encontraron la unidad casi intacta, pero ya no podía avanzar porque se había atascado en el lodo.
En eso estaban cuando los ladrones volvieron al lugar, con un tractor de siembra para intentar remolcar las planas, pero no pudieron. Todo esto los testigos lo vieron de lejos. Después sabrían que ese segundo vehículo también fue robado en el poblado más cercano.
Resulta que en el robo, los delincuentes se llevaron al operador, pero cuando el full se atascó y escucharon lo que podría ser el ruido de la policía abandonaron el lugar y dejaron al conductor encerrado; éste, presuroso, salió, cerró el camión y caminó en busca de ayuda.
De vuelta al siguiente intento de remolcar el camión robado, los hombres armados desistieron, de tal manera que las personas de la empresa del GPS se volvieron a acercar, pero una vez más aquellos regresaron, ahora con otro tractocamión robado.
Volvieron a intentarlo y no pudieron, sino todo lo contrario, el camión de Daniela Hernández estaba casi de lado. No había manera de poder sacarlo así solamente. Por fin se rindieron y abandonaron la escena.
Ya eran entre las ocho y las nueve de la mañana cuando Daniela estaba en el lugar con las demás personas. Llegó la Guardia Civil de Tierra Blanca y le explicaron lo que tenía que hacer, empezando por hacer la denuncia y contratar una grúa. Eso fue lo que hizo y ahí empezó el cuento de horror.
La aseguradora se deslindó porque los daños en el tractocamión eran menores, de tal manera que no alcanzaba el deducible, y así sin más, también se lavaron las manos.
Llegaron los proveedores del servicio de arrastre y no les fue fácil la maniobra. Cuenta Daniela que les tomó cuatro días sacar el tracto con las dos planas, aunque la segunda fue la realmente complicada.
El camión andaba solo y las grúas remolcaron las planas con rumbo al corralón. Apenas llegando el vehículo y la primera plana ella sintió algo así como una especie de alivio, pues ahora sería cuestión de trámites, tiempo y, por supuesto, los costos del servicio.
La grúa que traía la segunda plana llegó momentos después, pero sin la plana. El conductor dijo que se la habían robado. Así nada más. Incluso sugirió que habían sido los mismos delincuentes, pero total que llegó al depósito vehicular vacío.
Otra denuncia, otra búsqueda y otro calvario, pero sí apareció, otra vez atascada y abandonada. De nuevo la grúa y una vez más hacia el corralón. Fue casi una semana y Daniela Hernández no lograba asimilar lo que estaba pasando, y lo único que deseaba era que la pesadilla terminara.
El camión y las dos planas ya estaban en el corralón y ahora sólo tendría que pagar para liberarlos. Sin mucho desglose, la cuenta ascendía a 25,000 pesos por la liberación y 525,000 por el arrastre, salvamento y la pensión.
No tengo esa cantidad, les dijo, y no podía entender de dónde o cómo sacaron la cifra. Ella ya había firmado y le explicaron que usaron dos grúas, que se les descompuso una y que, además, quienes rescataron las planas y el tracto habían corrido mucho riesgo.
No había opciones para ella. Y no tenía ese dinero, así que buscó ayuda. Alguien le recomendó acudir con la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transporte (SICT) de Puebla, donde sí la atendieron, le asignaron personal para la gestión y realizaron algunas idas y vueltas con el corralón y con las grúas.
La traían de vuelta y vuelta y esos viáticos y servicios costaron 60,000 pesos, que al final no sirvieron para nada, pues nada se resolvió. Ella había escuchado hablar sobre la AMOTAC, y fue a buscarlos, pero le cerraron las puertas porque no estaba afiliada.
Alguien más le sugirió buscar a la Canacar, y también lo hizo. Ahí la recibió Alejandro Salas, tesorero de la agrupación, y le ofreció ayuda, asesoría y también personal para gestionar la liberación de las unidades a un precio mucho más asequible.
Llamadas, visitas, gestiones y esos 525,000 ahora serían 300,000. Ni un peso menos. Era casi la mitad y aún ella tenía que conseguirlos. Vendió su camioneta, pidió prestado y juntó el dinero. Frustrada, impotente y cansada fue a liberar su camión y sus dos planas.
El vehículo ya estaba desvalijado y descompuesto. Tuvo que meter más dinero para echarlo a andar y cuando cuenta esta historia hace un cálculo rápido y dice que, en total, sí tuvo que pagar más de 500,000 pesos.
Durante todo ese tiempo, hubo quien le dijo que ya los dejara perder y otros la alentaron a seguir luchando. Ella lo vio más como el valor sentimental por la herencia de su padre y no se rindió sólo por una grúa.
Ya tiene pagada la deuda casi en su totalidad y ríe pensando en que fue muy rápida su novatada en este sector. Incluso la propia Canacar la invitó a participar en la nueva administración y hoy funge como protesorera de la cámara.
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Ni llorar es bueno. Por fortuna y a pesar de esa grúa, su empresa está caminando o rodando con ciclos firmes, de tal manera que vislumbra un buen futuro, pero ya marcada por esta terrible experiencia con apenas dos meses de haber emprendido este viaje. Ella continúa, igual que nosotros, Al lado del camino.