Cuando Javier terminó el primer año de secundaria supo lo que quería ser cuando fuera grande: trailero. En su familia nadie se dedicaba al volante y lo más cercano a eso era un primo de su mamá que manejaba una combi, pero en realidad nunca fue un influencia para “El Botas”.
Este apodo se lo habían puesto sus amigos del barrio porque siempre traía botas. Para la escuela, para la misa y a veces hasta para la cascarita de futbol a media calle. Siempre con sus botitas negras.
Justo en aquel remoto 1982, al salir del primer año de la secundaria, Javier fue al trabajo de su papá porque de ahí se irían a comer para celebrar el ciclo escolar. Era una tienda de autoservicio y su padre trabajaba en el almacén.
Ahí estaba justo cuando vio un tractocamión echándose de reversa y haciendo una maniobra para quedar con las puertas del remolque en la rampa de carga y descarga.
“El Botas” no entendía cómo había logrado algo que parecía imposible, así que le preguntó a su padre si conocía al conductor, y le respondió que sí. Una vez que empezaron a cargar el remolque, su papá se lo llevó a donde estaba el operador y los presentó.
-Mira, Carlos, éste es mi hijo Javier, el mayor. Me preguntó que cómo le hacías para mover este camionsote.
-Ah, pus se requiere mucha práctica y si quieres yo te enseño, nomás que tus papás te den permiso, aunque ahorita seguro ni alcanzas los pedales.
-No, ni le digas porque a este chamaco se le mete una idea en la cabeza y ya hay manera de sacársela.
Y eso fue exactamente lo que sucedió. Justo en ese momento, el padre del “Botas” no le dio importancia, pero para Javier se convirtió en la voz del oráculo, como si el destino lo estuviera esperando.
Pero por ser tan pequeño en aquella época sus padres no accedieron ni siquiera a que aprendiera a manejar, así que continuó sus estudios y cada que sacaba el tema, sus padres le daban la misma respuesta: cuando termines la escuela y nos des el título universitario, haces lo que quieras.
Y así acabó la secundaria y después la preparatoria; justo cuando debía elegir una carrera universitaria volvió a preguntar a sus padres si podía dedicarse al transporte, que no lo hicieran perder el tiempo, pues ya era mayor de edad.
Pero como seguía viviendo con ellos, le dijeron que no, que era su casa y eran sus reglas. Tampoco insistió y sabía que si no se le hacía eso de la manejada, también le gustaría ser médico.
Justo en alguno de los viajes que hizo con sus compañeros de la carrera, tuvo oportunidad de conocer a alguien que le ofreció trabajo como aprendiz de operador. Sería su 10-12 durante el verano, y como le faltaba poco tiempo para terminar la escuela, aceptó, y ahí sí tuvo que mentir a sus padres, les dijo que tendría que salir de prácticas profesionales. Bueno, en realidad no mintió.
Ya tenía mucha noción de todo, pero le faltaba la práctica. Tenía 22 años y ya sólo contaba los días para terminar la carrera. Sin embargo en ese verano aprendió gran parte de lo mucho que disfrutaría ser operador de autotransporte.
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Lo demás fueron formalismos y en cuanto tuvo el título universitario, colgó la bata y también se las regaló a sus padres. Les agradeció por todo y también por la universidad, pero les dijo que lo suyo estaba en la carretera, desde siempre, desde antes.