Es lunes y hace mucho calor. El sol del mediodía quema el aire que respira el conductor que ahora busca un trapo para secarse el sudor de la frente y de la nuca. No lo encuentra y mejor utiliza la manga de su camisa; aún no lo sabe, pero esa breve fila de vehículos que se mira adelante se volverá un infierno. Es el Arco Norte. 

Apenas iba hacia Pachuca para cargar cemento y traerlo de vuelta a la Ciudad de México, pero un inesperado bloque en el Arco Norte lo detuvo hace unos instantes. Pasan las once de la mañana y todavía no tiene hambre; tiene sed y piensa en que debe racionar la botella de agua que lleva consigo. 

Bebe sorbos cortos y hace muchos para refrescar toda la boca. Apagó el tractocamión cuando llevaba unos veinte minutos detenido. Buscó información en los grupos de colegas y preguntó por el radio si alguien sabía algo. 

Pobladores de la región tomaron el Arco Norte en reclamo al gobierno por el pago de sus terrenos. Al parecer se trata de una deuda de hace ya varios años y ellos alegan que no han terminado de pagarles. 

Este conductor siempre ha sido simpatizante de las luchas legítimas y piensa que quizá en esta ocasión también podría ser un tema de justicia, pero lamenta haber sido él el afectado, pues al menos en estos instantes considera que si se alargar de más, no podrá cumplir con la orden de viaje. 

Igual desde un principio avisó a la empresa e, incluso, le preguntaron que si necesitaba algo, que si todo estaba bien. Era temprano y por mera experiencia dijo que sí, que seguro se podría atorar unas dos o tres horas, pero que no estaba tan lejos de la Bella Airosa, así que no solicitó nada. 

Se bajó del camión para sentir el calor de afuera, todavía más soportable que el de adentro. Tomó algunas fotografías para compartirlas con la colegancia y hasta entabló un par de diálogos triviales con sus vecinos. Bien podría ser el inicio de algo muy parecido a La autopista del sur, aquel maravilloso cuento de Julio Cortázar. 

Volvió al camión por más agua y un cigarro, todavía pensando que así podría hacer más llevadera la espera. Uno de los conductores cercanos sacó unas naranjas y las ofreció entre sus vecinos. La mayoría aceptó. 

Pero el tiempo pasó y lo único que cambió fue lo largo de la fila. Ya no se veía hasta dónde terminaba y los coches seguían llegando. Ya habían pasado algunas horas cuando el estómago le reclamó un poco de alimento. No tenía opción así que siguió dándole sorbitos de agua. 

Estaba a punto de oscurecer cuando la desesperación ya se había adueñado de los afectados. Los teléfonos se quedaban sin pila, las botellas sin agua y las personas sin paciencia. Los que pudieron intentaron dormir hasta la mañana siguiente. Casi veinticuatro horas detenidos. 

Ya para el martes, desesperados, cansados, hambrientos y sedientos, algunos intentaron caminar para conseguir algo, pero no había manera, pues las intermitencias de una posible apertura no los dejaban abandonar sus vehículos. 

Fue entonces cuando otros pobladores llegaron por caminos que sólo ellos habrían de conocer y empezaron a repartir agua, café, tortas, tamales, frutas, golosinas, botanas, chicles. La gloria. 

Esta escena se reprodujo por toda la fila de kilómetros que seguía a la espera. Había niños, adultos mayores y algunas personas con algún tipo de enfermedad o condición especial. 

De no haber sido por estas muestras de solidaridad, de humanidad, quién sabe qué habría sido de ellos, pues hasta tuvieron que improvisar letrinas a la orilla de la carretera, pero al menos el martes tuvieron alimentos y bebidas. 

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Fue hasta el miércoles cuando lograron levantar el bloqueo y continuar con sus vidas. El operador se llevó la mala experiencia, pero eligió quedarse con lo bueno de la gente, porque seguimos siendo más los que hacemos el bien. Y aquí quedó demostrado, de tal manera que continuó, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.

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