Cuando era niño, a Rigoberto Martínez le pusieron de apodo “El Cheetah” porque corría muy rápido; en su colonia ni en su salón había un niño más rápido que él, incluso los más grandes, y aunque todo lo hacía corriendo nunca se imaginó terminar manejando un tractocamión de autotransporte. 

Hasta la preparatoria todo fue normal y él siempre se inclinó por la electricidad como un gusto que le venía por el taller de su padre, pues eso de los cables y las instalaciones siempre le fue familiar y le halló el modo. 

Es por eso que apenas terminó la educación media superior buscó trabajo en el gobierno, pues para él el servicio público era tan importante que imaginó poner al servicio de la comunidad todo lo que su padre le había enseñado. Al menos a esa edad, lo vio como un asunto de vocación. Para eso había nacido. 

Un familiar le consiguió una entrevista para entrar a trabajar en el servicio de alumbrado público de su municipio y no le costó trabajo convencer al jefe, pues siempre se destacó por su ánimo y optimismo: ofreció convertirse en el mejor alumbrador de las calles, así lo dijo. 

Y no era mentira. En cuanto le dieron el trabajo el Cheetah deseaba más que nadie ver una calle oscura o encontrar una luminaria en mal estado para él mismo poner la grúa o la escalera para darle servicio de inmediato. Se notaba que le gustaba su trabajo. 

Fue haciendo esta actividad cuando conoció a “El Oso”, un antiguo operador de autotransporte que llegó a trabajar en el mismo departamento conduciendo los vehículos oficiales del ayuntamiento. 

Fue él quien le enseñó a manejar, pues para “El Cheetah”, la ecuación estaba incompleta si no sabía conducir: qué tal que un día tuviera que mover los camiones y no estaba el chofer.

Por eso le pidió que le enseñara, y para su sorpresa, aprendió bien y aprendió rápido, hasta cuestionó que si había nacido para la electricidad o para el volante. Quizá para ambas, resolvió. 

El dilema llegó cuando era más el tiempo que pasaba arriba del camión que arriba de los postes, le gustaba más manejar que reparar fallas eléctricas; al principio pensó que era por la novedad, pero algo pasaba ahora que antes no había sentido: se sentía más lleno, más pleno, más completo. 

Fue el mismo “Oso” el que le dijo que si quería le podía conseguir trabajo en la empresa en la que él trabajaba, que también operaban grúas industriales y hasta podía mezclar sus conocimientos de electricidad, aunque lo principal sería la manejada. 

-¿En serio harías eso por mí?

-Pues claro, desde que yo llegué acá tú siempre has sido el más amable conmigo y con todos. Es lo menos que puedes hacer. Y además, uno no siempre tiene la oportunidad de hacer lo que más le gusta. Y tú te lo mereces.

Había trabajo, así que lo más “difícil” fue hacer los trámites y en cuanto tuvo su licencia federal y los exámenes que le pidieron en la empresa, se subió al tractocamión y ya lleva aquí casi diez años. 

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