Cuando Vanessa tenía cinco años, en su natal Nuevo Laredo, un tío suyo llegaba de Saltillo conduciendo su tractocamión Kenworth, impecable, siempre limpio y ordenado; desde aquellos años a ella le gustaron los gigantes del asfalto. Ésta es la historia de la “Motomami”.
Pero en la familia no era bien visto que una mujer quisiera ser trailera, así que continuó su vida con lo que se suponía que se esperaba de ella, hasta que dejó la escuela y se puso a trabajar en una fábrica.
Ya luego la “Motomami” tuvo su Visa y la cosquillita del camión le regresó, de tal manera que se puso a considerar las opciones que tenía, pues para ese entonces ya era madre soltera de una niña y un niño.
No había quien la apoyara, hasta que encontró un curso de capacitación en el Cecati de la ciudad, pero tampoco tenía dinero para pagarlo, así que se acercó a su padre y le contó sus planes: le pidió ayuda económica para capacitarse, pero la respuesta fue contundente.
Su padre le dijo que ese no era trabajo para una mujer, porque era muy pesado, sucio y demandante, le dijo que no podría, y que mejor se quedara en la fábrica para sacar adelante a sus hijos.
La “Motomami” no tenía una relación cercana con su padre, y por algún motivo pensó que en esto la apoyaría, pero no fue así; incluso, otros miembros de su familia que también se dedican al transporte brillaron por su ausencia.
Al principio ella pensó que se trataba de un infortunio, pero después se dio cuenta de que fue lo mejor, pues sin el apoyo de nadie, ella lo logró; y justo esta situación de encontrarse totalmente sola le permitió demostrarse que sí podía.
“Hoy no le debo nada a nadie para haber logrado este sueño. Sin el apoyo de nadie y con dos hijos pequeños, lo logré”, asevera.
Y es que sí consiguió el dinero para el curso y ahí el instructor le enseñó todo lo que podía aprender en el aula y en algunas prácticas, hasta que tuvo la oportunidad de elegir una empresa en la que quisiera trabajar.
Y escogió Palos Garza, donde también fue recibida por personas amables, sensibles y generosas que le enseñaron mucho más de la práctica, primero en patio y después en carretera.
Con ellos, la “Motomami” sí está agradecida, pues hicieron el camino un poco más fácil para una mujer que logró ser operadora contra todo pronóstico. Además, su 10-28 también se debe a que anda en motocicleta y, naturalmente, porque es madre.
Le gusta mucho el oficio y, a sus 29 años de edad, considera que hizo lo correcto para sacar adelante a sus hijos y construir un sueño que quizá nació cuando tenía cinco años.
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A su hija no le gusta el tracto, pero a su hijo sí; la lección, aprendida a la fuerza, le permitió saber que ella apoyará a sus hijos en lo que decidan.
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