Rodrigo llega a la empresa de transporte en la que trabaja. Doce horas atrás le robaron el tractocamión en Guanajuato; no era la primera vez que sufría un asalto, pero en ésta pensó que no viviría para contarla. Su semblante es traslúcido y hasta se le ven las venas en la sien: en veinte años siendo operador nunca se había sentido así. 

El asalto en sí no fue extraordinario, ya que el modus operandi fue uno de los más comunes: tres camiones pick up le dieron alcance, le cerraron el camino y cerca de seis hombres armados descendieron, le apuntaron y lo golpearon en la cabeza. 

Lo realmente traumático, si bien todavía le duelen las costillas por las patadas que también recibió, fue que mientras recibía la golpiza, alguno de los agresores le dijo su nombre completo, su dirección, el nombre de sus esposa, de sus hijos, en qué escuelas iban, sus horarios. 

Además de los lugares que frecuentan, nombres de sus amigos, horarios, en fin, tanta información que tardó en procesar le hizo replantear casi toda su vida en unos instantes. Entendió que nunca había sentido tanto miedo como ahora.

Para su “fortuna” los hombres se fueron con el tractocamión y lo dejaron al lado el camino, golpeado, pero consciente. Caminó unos dos kilómetros a la próxima caseta y ahí fue donde pidió auxilio. Lo llevaron al hospital y levantaron su declaración. 

Justo cuando llegó a la empresa, le preguntaron que si estaba bien, dentro de lo que cabe. No supo responder, porque a pesar de que el cuerpo le dolía, lo que taladraba su cabeza eran las palabras de los delincuentes, quienes evidentemente lo habían investigado y sabían mucho más que cualquier compañero de trabajo, por ejemplo. 

De hecho en este momento lo único que podía pensar es que debía cambiar de trabajo, mudarse y poner a salvo a su familia. Eso le estaba contando al dueño de la empresa que pidió platicar con él en persona, pues su filosofía siempre ha sido estar cerca de sus colaboradores, escucharlos, procurarlos. 

Pidió unos días para pensar qué haría con su vida y el dueño estuvo de acuerdo. Incluso le dijo que si necesitaba algo, no dudara en hacérselo saber. 

Antes de irse pasó a ver a un compañero operador, el que le enseñó a manejar hace dos décadas, algo así como su maestro jedi. Le dijo que platicó con el patrón y éste no agregó mucho más. Sólo le hizo ver que los riesgos están en cualquier parte, que la situación, en efecto, no estaba fácil, pero lo peor que podía hacer era tomar una decisión basada en el miedo.

“Este trabajo es noble y peligroso; requiere oficio, respeto y disciplina, lo sabes, pero sólo tú podrás saber qué es lo mejor para ti y para tu familia; lo correcto es que tomes tiempo y lo medites bien, pero no lo hagas por miedo, hazlo por convicción, y yo te apoyaré siempre”. 

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Lo que su maestro quiso decirle es que ser operador, en efecto, tiene riesgos, pero no hay un lugar en el que no los haya; que no se puede vivir con miedo, que cuando uno nace para esto, no debe huir de su destino, que también da muchas satisfacciones, pues su vida también pasa Al Lado del Camino.

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