Pedro baja de su tractocamión en uno de los paradores más concurridos del país; son los límites entre Querétaro y Guanajuato y el sol acaba de llegar: son las ocho de la mañana y ha manejado toda la noche por distintas carreteras desde el sur. 

Tiene pensado desayunar y tomar un descanso de unas cuatro horas, pues lleva el tiempo que había programado y su destino todavía está a unas seis horas. 

Camina tranquilo hacia el restaurante en el que ha comida decenas de veces durante sus más de 20 años siendo operador. Pide lo habitual y saluda a algunos de los pocos colegas que ya están por ahí. 

La mañana es gris y comer le tomó más de treinta minutos. Regresa a su tractocamión, revisa el teléfono por última vez y se dispone a tomar una siesta. Pone su alarma para despertar tres horas después y continuar su camino. Rápido se duerme. 

En la siguiente escena un hombre toca alarmado en la ventanilla de la puerta del conductor y éste se despierta sobresaltado; logra escuchar que el de afuera le suplica ayuda, auxilio, que por favor le preste su teléfono para llamar a una ambulancia. 

Ni si quiera le da tiempo para frotarse los ojos y toma su teléfono. No repara en que apenas pasaron 45 minutos, y rápido se acerca al asiento del piloto para escuchar más claramente, pero ya sabe que se trata de una emergencia. 

Abre la puerta y justo cuando pone un pies sobre el estribo, el hombre lo jala con violencia y lo hace caer sobre la tierra para después darle un par de patadas en las costillas hasta dejarlo inmóvil. 

Dos sujetos más se acercan y lo arrastran unos metros hacia atrás para dejar su cuerpo escondido, aún consciente. Los tres se suben al tractocamión y emprenden la marcha; la fuga de un robo a plena luz del día. 

Pedro intenta guardar la calma, aunque ciertamente no es que tenga muchas posibilidades de hacer algo. Se toca las costillas y nota que le duele muchísimo; piensa que seguro lo dejaron fracturado. 

Nadie alrededor, sólo tractos formados y algún que otro coche particular. Voltea un poco la mirada para rastrear con los ojos el camino que debió recorrer arrastrado y lo ve, ahí está su teléfono. 

Logra ponerse de pie y camina unos diez pasos hasta recoger el móvil, sigue intacto. Llama a su casa, pero no le contestan, así que ahora llama a su empresa para reportar lo sucedido. 

No han pasado ni 10 minutos y les da las coordenadas, aunque, claro, el tractocamión tiene telemetría y el monitoreo o sigue registrando, al menos en ese momento porque minutos después bloquearon la señal. 

No puede hacer más, así que le piden que espere a un colega que no tarda en llegar al mismo punto y ya tiene la consigna de recogerlo, pues él asegura que sí aguanta el dolor y que preferiría llegar a la empresa o a su casa para acudir al médico. 

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La historia no termina aquí, pero sí este capítulo, en el que Pedro asegura que las carreteras mexicanas se han vuelta más peligrosas con el paso del tiempo, y no al revés; de hecho asegura que seguirá así mientras las autoridades no hagan su trabajo, pero él seguirá, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino. 

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