Cuando Isidro Alberto Garza Guerrero nació, quizá se hubiera pensado que su destino estaba marcado por la madera, el martillo y los clavos, ya que su padre, desde siempre se dedicó a la carpintería, de tal suerte que sus hijos habrían de terminar haciendo lo mismo.
Aunque en las esquinas más recónditas de su memoria, Isidro recuerda el aserrín, las sierras y el viejo olor a madera, a él siempre le gustaron los camiones.
Seguramente ayudó con alguna tarea o quizá fue requisito echarle la mano a su padre a cambio de algún permiso o algo, pero la verdad es que desde que tiene uso de razón buscaba alguna razón para evitar la carpintería.
En cuanto supo que uno de sus tíos se dedicaba al volante de un tractocamión, él quiso hacer lo mismo. Sin pena le dijo a su papá que prefería irse a la carretera que quedarse con él en su taller.
No fue fácil, sin embargo, el padre tampoco se obstinó de más y le dio permiso, además de que, por supuesto, confiaba en su hermano y sabía que su hijo lo haría mejor haciendo algo que le gustara. No lo quería tener con él a la fuerza.
Así fue como Isidro Garza se fue a manera con su tío, para aprender y buscar una nueva forma de vida, pues a pesar de que apenas rebasaba los 15 años, ya tenía claro que no quería regresar a casa con las manos vacías.
Ya estando con el tío, entre los colegas fue presentado como el sobrino, hijo del Carpintero, de tal suerte que para todos fue más sencillo llamarlo por el oficio, pues se lo aprendieron rápido.
Incluso había quienes ni siquiera sabían cómo se llamaba, pero, eso sí, también le llamaban Carpintero. A él le gustó el 10-28, pues era una forma de rendirle honor a su padre, y si tenía que ser “carpintero”, lo sería de esta forma.
Así fue como se inició hace más de 30 años, con maniobras de patio y mientras le soltaban poco a poco el camión, hasta que ya tenía licencia y también ya tenía trabajo, igual con su tío.
Entendió que si hacía bien las cosas y se esforzaba mucho, podía conseguir más y mejores oportunidades. Y aunque es una lección casi obvia, para él se convirtió en un mantra, pues así ha vivido su vida de operador, y le ha ido bien.
Este trabajo le ha dado para mantener a su familia, proveerles y construirles mejores oportunidades y sacarlos adelante, pues si bien no es fácil, él considera que la clave de este trabajo es que te gusten el camión y la carretera. De los contrario, uno sufre mucho.
Y pues así ha sido como ha dejado de ver a su familia durante semanas y a veces hasta por meses, pero siempre con la convicción de que está construyendo un futuro, y no solamente curándose un pasado.
Hoy sabe que la inseguridad sigue siendo el principal problema para este trabajo, y ya no sólo para los de largas distancias, sino para cualquiera que pase por un lugar de riesgo y le toque la mala suerte de ser asaltado o violentado.
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Pero el oficio también se aprende en convoy, leyendo los caminos, estando en comunicación con los demás y previendo lo que se pueda prever, de tal suerte que hoy se las sabe de todas todas, pero sigue aprendiendo, no se confía y todavía disfruta el sonido de su T800, los amaneceres y la compañía de la soledad en el camino.