La carretera tiene dos carriles, uno por sentido. En general los vehículos circulan despacio porque, además, el espacio es demasiado estrecho. Los rebases deben ser exactos, pues hay muy poco margen de maniobra. Ese camino es famoso por sus muchos accidentes y por la poca o nula seguridad vial.
Adelante va un coche viejito y adentro sólo viaja el conductor. Lleva ya mucho tiempo que no pasa de los 50 kilómetros por hora, pero pocos han sido los que se animan a rebasarlo. El camino es tan flaco que él tampoco puede orillarse para hacerles un espacio.
Detrás va un tractocamión arrastrando un remolque de 53 pies. Le sigo el ritmo, pero el conductor es impaciente, le avienta las luces, le ruge el motor, pero otro ni se inmuta. Y tampoco puede hacer gran cosa.
Después de unos cinco minutos, al fin, el tractocamión se cambia de carril para intentar el rebase. En eso estaba, mientras volteó a ver al conductor del otro carro, cuando la máquina se atoró y ya no quiso realizar el cambio de marcha.
El que manejaba el carro viejito pensó que quizá lo quería molestar o intimidar, pero él llevaba su propio ritmo. El otro, en cambio, ni aceleraba ni frenaba, iba junto a él. Ni hablar de la seguridad vial.
Así avanzaron casi un kilómetro cuando de frente ya se asomaba una camioneta que venía para acá. El del tractocamión intentó bajar la velocidad para regresar a su posición, pero no alcanzó a calcular y, además, ya había otros tres coches haciendo fila, de tal suerte que su única opción fue salirse del camino, del lado de allá.
Pero tampoco lo hizo con suerte, pues la camioneta terminó por impactarse y salirse también de la carretera. Ambos vehículos quedaron destrozados y sus conductores sufrieron las consecuencias, aunque ambos sobrevivieron.
Cuando el dueño del camión fue notificado se preguntó porqué había tenido casi el mismo accidente ya tres veces en este año. Su socio y el responsable de la flota intentaban explicar y hasta justificar a los conductores, al camino y hasta a los demás conductores.
El dueño preguntó si no era un tema de capacitación, de pericia y hasta de responsabilidad civil. Recientemente había platicado con algunos colegas y le contaron sobre la capacitación en seguridad vial. Que uno de los grandes males del sector estaba en la instrucción que recibían o NO recibían los operadores.
Decidió, pues, tomar cartas en el asunto. O como se dice ahora, resolver. Se dio el tiempo para contratar personal especializado en la materia, bajar a los conductores con mayores áreas de oportunidad y, por supuesto, a los que habían registrado más incidentes.
Se sentó con ellos en el aula para tener la información de primera fuente. Descubrió que, en efecto, habían sido laxos en el reclutamiento y que había mucho por mejorar. Además de la capacitación, también en las condiciones laborales.
Entendió que no era un tema económico, sino humano. Los usuarios de las vías de comunicación son personas. Y entre todos se puede mejorar, pero cada quien tiene que hacer lo suyo.
Después de ese periodo, largo, en el que metió al salón a todos los operadores, los resultados fueron inmediatos. Por supuesto en la disminución de incidentes, pero también en el clima laboral, ya que ahora los operadores lucían contentos, y antes no.
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Ahora estos mismos operadores que cometían imprudencias o que tenían prisa por llegar de cualquier parte hacia cualquier lugar, lo hacían mejor y con mayor precaución. Sin prisa, pero sin pausa. Y ahí continúan, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino.