El tractocamión sale cargado a las cinco de la mañana. Todavía falta para que el cielo abra, pero este conductor sabe que es buena hora para llegar a tiempo a su destino, desde Puebla hasta Oaxaca. Toma la carretera, como tantas veces, pero esta vez hubiera podido ser la última. 

Debía llevar poco menos de una hora cuando se notó solo durante los últimos kilómetros recorridos. Aunque temprano, esa carretera siempre tiene vehículos en ambos sentidos, pero esta vez no, como si se les hubiera dormido el gallo. 

Las luces del tractocamión alumbraban poco, pero un poco más allá, no muy lejos, un puntito rojo se mueve en círculos. El operador sintió cómo esa pequeña luz apuntaba contra él. Justo cuando identificó que se trataba de un láser y mientras entendía qué estaba pasando, se escuchó el primer impacto, justo en el copete del tracto. 

Él sabe que ante un asalto o conato de robo no debe resistirse, pero quizá por instinto no dejó de pisar el acelerador, ya que no sentía que lo querían robar, sino que lo querían matar. Un segundo disparo, ahora en el cofre. 

De pronto ya sólo escuchó la ráfaga y atinó a cambiarse de carril en sentido contrario, pensando que podría estrellarse contra una de las camionetas que habían cerrado el camino. Justo estaba por hacerlo cuando un volantazo provocó la volcadura.

Se aferró al volante y ni siquiera sintió el golpe. Igual sus ganas de vivir lo empujaron del camión y se echó a correr hacia la barranca. Sólo escuchaba a los hombres armados que se decían entre sí que no se les pelara, que le aventaran tantos plomazos como pudieran. 

A oscuras, con cada disparo, este operador se tropezaba. No fue planeado, pero esto, quizá, hizo que los delincuentes pensaran que habían conectado algún disparo, pues después de unos instantes, ya no lo vieron. Pasaban las seis de la mañana y el sol todavía no despertaba. 

Se quedó escondido por más de tres horas, mientras escuchaba a los hombres que lo buscaban, incluso ahora ya con la luz del día, pero nunca lo encontraron. 

En tanto, los de allá arriba, con sus armas y sus camionetas, asaltaron otro camión y trajeron uno más, para remolcar la caja de este que sigue escondido acá abajo. 

La maniobra fue impune, ni patrullas ni ambulancias ni bomberos. Ninguna alerta. Un día de campo para esos hombres armados que se despachan con la cuchara grande. 

Más tarde el operador consiguió ayuda y reportó el incidente a su hermano, ambos dueños de tres camiones. Llamaron al 911 y el reporte no siguió. Trabas, trabas y más trabas. 

Hartos de esta situación, al igual que sus parientes oriundos de la región poblana de Palmarito Tochapan, por Acatzingo, decidieron tomar cartas en el asunto. Hacer ley por su propia mano. 

Un conocido les dijo que había visto el remolque por ahí escondido, pero ya desvalijado. Intentaron con la policía, pero no hubo respuesta si no había dinero. 

Familiares, amigos, vecinos, todos pobladores de aquella región tan golpeada por la delincuencia y la impunidad en Puebla, se unieron para ir todos juntos a llevarse el remolque. 

Así lo hicieron. Eran tantos que seguro los delincuentes pensaron que no valdría la pena enfrentarlos, además de que ya le habían quitado cuanto pudieron al remolque. 

Pero aun así, para estos hermanos se trata de su patrimonio y ya piensan soportar que se salgan con la suya. Sin deberla ni temerla, como se dice, al operador le dispararon 16 veces, y ninguna le dio. Tiraron a matar. 

Recuperaron el remolque días después de Reyes, fecha del incidente. Ya no siguieron con las denuncias en Puebla porque ese dinero, mejor, lo habrían de usar para las reparaciones del tractocamión, pues las balas también hicieron su trabajo en algunos componentes. 

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Los hermanos levantan la voz y cuentan esta historia porque no quieren que se repita, y de hecho se repite con el mismo modus operandi. Hacen un llamado a las autoridades para que pongan algo a esta situación. Ellos seguirán, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino.