A diferencia de otras historias, la de Fabián “El Chucky” González parece que no estaba escrita así, pues en sus propias palabras, él pudo haber sido médico, carnicero o mecánico, pero la vida o el destino le habían deparado un futuro totalmente distinto.

Resulta que cuando terminó la preparatoria, hace unos 15 años, un día estaba en la calle y se encontró a un amigo que tenía cita en el dentista; como no tenía algo mejor que hacer, lo acompañó. Y ahí fue donde todo cambió.

Ellos vivían al oriente de la Ciudad de México y el consultorio dental estaba por esos rumbos, así que sólo tomaron un transporte público y en 15 minutos ya estaban ahí. 

Llegaron, se anunciaron y se sentaron a esperar. Mientras el dentista llamaba al paciente, ambos jóvenes de 18 años escucharon la conversación telefónica de un señor que daba vueltas en la sala. 

No era necesaria toda la información para entender que el señor estaba buscando choferes para dos camionetas, que pagaba bien y que ofrecía prestaciones. 

Ambos amigos escucharon atentos esa conversación y era como si estuvieran pensando lo mismo. Llevaban una semana de vacaciones y ya se habían aburrido, de tal manera que pensaron que sería una buena manera de pasar el resto del verano, además de que conseguirían un buen dinero para comprarse ropa y tenis. 

La recepcionista le dijo al amigo que ya podía pasar, y eso fue como despertarlos de la intromisión a la llamada telefónica, así que rápido se les pasó la idea, pero el señor del teléfono, al colgar, se sentó con “El Chucky” y fue él quien le bromeó: ¿no les interesa manejar una camioneta? ¿Cuántos años tienen?

“El Chucky” no daba crédito. Por un lado, sabía que el tono del señor era más bien de desesperación, pero por otro, qué tal si le tomaba la palabra y como dice la máxima: chicle y pega. 

Sonrió y sólo por hacer plática preguntó que dónde era el trabajo, la clase del vehículo, la ruta, en fin, como más información sobre la vacante. 

El señor, igual más por inercia que por interés, le dijo que eran viajes locales, que debían mover paquetes de libros por toda la ciudad y, eventualmente, en los municipios aledaños del Estado de México. 

“Yo creo que sí, estamos de vacaciones, pero sí estamos buscando trabajo, y los dos sabemos manejar; ahorita que salga mi amigo le digo y nomás díganos a dónde hay que llegar y qué papeles necesitamos”, afirmó el protagonista de esta historia con una confianza que él no se conocía.

No sin sorpresa, el señor accedió y les dio los detalles para que se presentaran al otro día con los papeles estándar, además de un permiso de sus papás o, de preferencia, que éstos los acompañaran. 

Así lo hicieron, pues los padres no les creyeron y por eso los acompañaron; para su sorpresa, todo era real y cuando vieron que por aquel entonces sus hijos ganarían 3 mil pesos por semana, pensaron que estaba bastante bien, y hasta lamentaron que fuera eventual. 

Así fue como ambos se enrolaron en el oficio del volante, y justo cuando terminaron las vacaciones, el amigo de “El Chucky” dio las gracias para iniciar la universidad, el otro se quedó, pues vio que los colegas estaban contentos y crecían y ganaban más. Eso quería para él. 

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Y así fue como dejó la escuela y eligió el volante, donde muy rápido aprendió a manejar rabón, torton y luego quinta rueda, donde sigue aprendiendo y compartiendo lo que sabe con quien lo pide. 

Su amigo se hizo doctor y se siguen frecuentando. Su 10-28 es porque de niño así se disfrazó y se le quedó para siempre.

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