Daniel tiene cita para llegar al Puerto de Veracruz entre las dos y las cuatro de la mañana. Luego de dormir algunas horas por la noche, llega puntual con su termo de café. Se presentó en el Centro de Apoyo Logístico al Transporte (CALT) para hacer su registro y después esperar.
Ya sea por una aplicación móvil o en las pantallas hay que dar seguimiento a las placas de la unidad y esperar el número de folio. Si bien le va, le toca el verde y eso significa que puede dirigirse a la terminal de Internacional de Contenedores Asociados de Veracruz (Icave) para, ahora sí, entrar por la carga.
Justo en este punto quizá sea el más ágil ya que, en promedio, les toma una media hora cargar su unidad. En total, desde que llegó al recinto portuario hasta este punto habrán pasado 90 ó quizá 120 minutos. Ya son las cuatro de la mañana.
Ahora no puede hacer más porque la aduana abre a las siete de la mañana y no se puede ir sin la inspección. Eso ya todos lo saben así que lo mejor es dormir esas tres horas o las que falten para ese momento.
Ya está en lo que llaman la ruta fiscal y, en este ejemplo, Daniel es el primero de la fila, está justo antes de llegar a las garitas. Prefiere cerrar los ojos y aprovechar esas tres horas, en caso de que sean tres horas, y completar un poco el sueño interrumpido.
Aunque la hora de atención empieza a las siete, en realidad arrancan a las siete y media, cuarto para las ocho o ya de plano a las ocho en punto, es decir, esa hora adicional en la que Daniel ya no duerme para estar atento, pero tampoco avanza.
Ahí donde él está hay cuatro filas y cada una tiene dos ventanillas, es decir, ocho puntos de atención, pero a las ocho de la mañana sólo atienden con dos. El asunto es que después de Daniel han llegado ya varios camiones, decenas por decir lo menos. Cada uno con su turno, su folio y su lugar en la fila que sigue creciendo y que de pronto ya rebasó los límites del área destinada para este fin.
Y aunque parezca una burla, la mala noticia es que apenas abrieron las ventanillas, el cielo hizo lo propio con las llaves de la lluvia. Leve, pero constante, suficiente para que las personas que trabajan suspendan la operación. Sin revisión, sin rayos gama, sin sistema. Lo que les queda sería hacer inspecciones visuales que toman el doble de tiempo.
Pero dejó de llover y, ahora sí, a las 10 de la mañana Daniel se levanta un poco del asiento porque sabe que le falta poco tiempo, que sus ocho horas están por terminar, y que todavía le queda el resto del día para entregar el flete.
Para él son ocho horas, pero cuando echa un vistazo para atrás, no logra ver al último camión, ese, que llegó a las nueve de la mañana y que, si bien le va, saldrá unas 24 horas después.
Por eso Daniel llegó “temprano”. Pero aun así no debe cantar victoria, primero porque no ha ganado nada y, segundo, porque aún está dentro del recinto portuario y aunque todavía no lo sabe, todavía le falta sortear los ánimos y voluntades de la burocracia aduanal.
Ya como a eso del mediodía, la propia aduana le pide al CALT que ya no mande carros, pero eso es imposible, porque hay un proceso, hay citas y los operadores ya están formados, esperando su turno, en tiempo y forma.
Al final, cerca de la una de la tarde, a Daniel ya lo revisaron y sólo le falta el pedimento. Se trata de un documento final, que una persona debe llevárselo a unos 100 metros de distancia. Pero esta persona no quiere traer ese papel de a uno por uno, así que se espera a tener unos 15 ó 20 y, ahora sí, ya los entrega.
Pero eso implicó que Daniel y los demás operadores estuviera de pie, al sol, esperando tal documento a pesar de que el suyo estuvo listo hace un par de horas. Y si intenta caminar por el documento, lo regañan, le alzan la voz y hasta lo amenazan con vetarlo un mes.
Lo mejor es esperar. Las víctimas de la espera. Ya cuando salga, al fin, podrá ir a su casa para comer y bañarse, para quitarse el hastío y el polvo del tiempo que se le va incrustando junto con la sal del mar que va picando los metales del camión.
Daniel tiene 20 años haciendo esto, pero sabe que hoy se vive el momento más tardado para salir del Puerto de Veracruz. Serán los tiempos o las circunstancias, pero otra coincidencia es que hace dos meses hicieron un paro, justo después de eso, todavía es más lento.
Es falta de personal y de infraestructura, sin duda, pero también una terrible disposición de las personas que en ese lugar trabajan. Y siempre, como suele suceder, los operadores son la carne de cañón de las horas y de los soles. Bestias de carga que soportan porque es su trabajo, pero debiera ser así.
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Al menos para Daniel, que ya está listo con la carga, ahora su gran reto es entregarla en tiempo y forma, ya que ahora viene la parte en que los clientes deben ser empáticos y conocer que esto pasa en el Puerto de Veracruz y también en otros lugares. Sin embargo, este operador seguirá, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.